El fútbol salva de la muerte a niños hondureños

Para evitar que mueran asesinados, emigren a EU o se unan a pandillas, Luis López inició hace una año un proyecto deportivo para los menores.

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El entrenador de fútbol Luis Lopez celebra la anotación de un gol de su equipo durante un partido afuera de su barrio Progreso en Tegucigalpa, Honduras. (Agencias)
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Agencias
TEGUCIGALPA, Honduras.- A primera vista, el proyecto de futbol que Luis López inició hace un año en una maltrecha y polvorienta cancha de fútbol de una colonia problemática de Tegucigalpa va bien.

Hace más de seis meses que ninguno de entre el medio centenar de niños que entrenan con él dos horas al día, cinco días a la semana, ha sido asesinado en un país donde casi mil niños han sido víctimas de homicidio este año.

Al igual que ninguno ha dejado el equipo para emigrar a Estados Unidos, donde las autoridades fronterizas han detenido a más de ocho mil niños hondureños en 2014, aunque alguno de los menores que juega en la cancha tiene un padre que le reclama, según publica The Associated Press.

Tampoco se cuentan deserciones para unirse a las pandillas callejeras que controlan sus barrios y utilizan a los niños para cobrar extorsiones, almacenar y vender drogas e incluso asesinar.

Esas son buenas noticias en la colonia Progreso. Pero de tal fragilidad, que López prefiere no celebrarlo.

El hombre comenzó el programa para evitar que los niños se unieran a los adolescentes que fumaban marihuana, aspiraban pegamento en una esquina de la cancha y a veces eran reclutados para hacer mandados a las pandillas.

Cuando la pequeña fundación Kahl, de California, se enteró de este programa que usa el fútbol para alejar a los niños de la violencia, envió dinero para ayudar a arreglar la cancha, conseguir equipamiento básico como balones, botas y camisetas y pagar el alquiler de un autobús para que los niños puedan salir, de vez cuando, y jugar contra otros equipos de Tegucigalpa.

"Mi objetivo es apoyar el desarrollo de jóvenes donde además hay un individuo apasionado por la causa, que les enseñe habilidades para la vida y que les impacte positivamente a través del deporte", dijo Doug Kahl, presidente de la fundación.

Ahora los niños hablan de su equipo con sus amigos de la escuela y de otros barrios, que poco a poco acuden a la cancha, convertida en una isla de paz en la capital del país con el índice de homicidios más alto del mundo.

"La cancha genera grupo, comodidad, amistad, les da pertenencia, algo que cuidar, algo que no quieren perder", dice López, a quien todos conocen como Luisito.

Y parece que los chicos malos han comenzado a retirarse desde que se levantaron graderías y una valla. Pero López sabe que no están lejos y que puede que su influencia no vaya más allá del entrenamiento.

Una tarde de noviembre, a su regreso de un partido de fútbol, los niños del equipo de la colonia Progreso aplauden y cantan una popular canción de reggaetón llamada Las nenas lindas.

"La mayoría de las nenas lindas/Se mueren por los nenes malos. Parecen que les gusta que les hablen fuerte y malo", dice la canción cuyo contenido denigra de la mujer. "Si es que tengo que dar tiro/Insultarte /Perder mis sentidos /Golpearte/Para así poder enamorarte".

Cuando López se enteró, se puso furioso.

"¿Qué fue lo que vieron en esa pantalla?", les gritaba a los niños, que no saben qué decir ni a dónde mirar, se atan y desatan los zapatos y evitan cruzar la mirada con el entrenador.

"Un hombre con una escopeta, mujeres, drogas y dinero", responde uno de los más pícaros, Maynor Ayala, de 11 años.

López cree que si disfrutan con un videoclip violento, discriminatorio y que muestra cómo conseguir y malgastar dinero fácil e ilegal, todo su esfuerzo ha sido en vano. Sabe que si pierde un niño, se convierte en carne de cañón para las pandillas y que si a los 11 aún tienen arreglo, a los 14 ya es demasiado tarde.

"Nunca pensé que después de un año me defraudarían de esta manera", dijo enfadado. "Todos ustedes dejan mucho que desear".

A uno de los niños, que se estiraba en el suelo con gesto de desidia, lo puso a hacer flexiones. A otro, a dar vueltas a la cancha, castigado.

"Aquí venimos a ser gente sana, a dar ejemplo, aquí no caben violencia ni insultos, venimos a liberarnos del ambiente en que vivimos, ¿entendido?", grita el entrenador. "La cancha de fútbol es aprender que hay reglas que seguir, que existe la disciplina".

La violencia permea todo Tegucigalpa como si fuera un virus y López sabe que ni un entrenador de fútbol que se desplaza en silla de ruedas debido a un accidente de bicicleta es inmune a ella. Aunque los apoyos al proyecto son bienvenidos, está nervioso. La mínima apariencia de que alguien dispone de algún recurso en Honduras puede terminar en una extorsión o en amenazas.

"El día que uno de esos muchachos decida que hay algo en este proyecto que va contra ellos, vendrá y nos dirá que se terminó", dijo López.

Es algo que Ayala sabe perfectamente. Un joven de la colonia compró marihuana a crédito y no la pagó. Todos saben que en cualquier momento puede venir alguien y matarlo.

López tiene miedo de que el amenazado llegue un día a la cancha y los pandilleros que lo buscan no diferencien entre él y los demás. Que rocíen la cancha a balazos. Ya ha pasado al menos dos veces este año en otras canchas de fútbol de la ciudad y han dejado una docena de muertos.

El padre de Ayala quiere evitar que esa violencia toque a su hijo y quiere que viaje a Estados Unidos a unirse a él. Pero el niño ha decidido quedarse con su madre, que teme los peligros del viaje al norte.

"No me iré", le dice el niño. "Usted me cuida a mí y yo la cuido a usted".

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