Odisea de un árabe para buscar su pasado

Hussien Karoub llegó desapercibido a Estados Unidos, cuando la atención colectiva estaba enfocada en la tragedia del Titanic.

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Muchos árabes en EU se sienten parte de la sociedad norteamericana. (Agencias)
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Agencias
DETROIT, Michigan.- Temblando de frío y malestar bajo la cubierta del barco, Hussien Karoub se sentía enfermo. Entre la muchedumbre y las gélidas temperaturas, era imposible dormir. Y si se dormía era de a ratos, pues le despertaban los chillidos de los bebés y los gemidos de los que estaban aún más enfermos que él.

Era cerca de la medianoche en algún lugar del Atlántico norte, en un barco que lleva a este inmigrante sirio de 18 años, junto con muchos otros, a una tierra que podría darles una vida mejor.

Pasarían días antes de que se enteraran del histórico naufragio a unas cuantas millas de distancia. Fue en la cubierta superior, en el cuarto de controles, donde se recibió el primer pedido de ayuda proveniente del RMS Titanic: "Necesitamos asistencia de inmediato. Vengan ahora mismo. Hemos chocado con un iceberg. Nos estamos hundiendo".

Un par de semanas después, Hussien Karoub llegó a Estados Unidos más anónimo incluso de lo que hubiera sido común, pues la atención colectiva estaba enfocada en la tragedia del Titanic.

Esa es la historia de la travesía de mi abuelo para llegar a América. O quizás no lo es, y esa es precisamente la razón por la que es importante narrar esto.

Entender su identidad

Soy un árabe-estadounidense, de abuelos inmigrantes árabes, y estoy decidido a averiguar más sobre la odisea de mi "yido", que en árabe quiere decir abuelo. Estoy tratando de destilar todas las anécdotas sobre mi familia, narradas de generación en generación, y que de alguna manera van cambiando con cada vez que son contadas. Los cuentos son cautivadores, pero estoy tratando de apegarme a los hechos antes de que sea demasiado tarde, con la esperanza de entender más sobre mi identidad.

Como yo, muchos árabe-estadunidenses están buscando sus raíces. Están examinando su pasado y tratando de destapar sus historias, de separar mito de la realidad y al final, demostrarle a sus vecinos que son parte de la sociedad norteamericana.

"Tratar de averiguar el pasado de la comunidad árabe estadunidense a comienzos del siglo XX es muy difícil"

Quizás sea verdad lo del Titanic. Es posible, pues Hussien Karoub vino a estas tierras el mismo año, 1912. Mi familia no me ha dado documentos que confirmen esto, pero hay anécdotas, como por ejemplo una entrevista de radio otorgada al comienzo de los sesenta, en que él dice que vino a Detroit en 1915 para trabajar en una fábrica de automóviles tras trabajar tres años en una fábrica de sombreros en Danbury, Connecticut.

Para muchos árabes en Estados Unidos, este relato es eco del suyo propio. Muchos árabes estaban en el Titanic y en otros barcos que atravesaban el Atlántico rumbo a Estados Unidos. En el bajo Manhattan, ya había una próspera comunidad de inmigrantes sirios dispuesta a ayudarlos.

"Siempre le he dicho a gente que me pregunta que el barco del abuelo se cruzó con el Titanic en su viaje desde Siria", dice mi primo Carl, que es el historiador extraoficial de la familia. "La estela que dejó el Titanic casi le tumba el barco suyo".

Por supuesto no hay evidencia de nada de esto. Con cada narración se pierde un poco de la verdad. Sin embargo, bien vale la pena vincular nuestro relato a la experiencia histórica de Estados Unidos. Al fin y al cabo, todas las etnias en este país, de alguna manera u otra, lo han hecho.

Pequeña Siria

"¿Quién es `Aszim'?" pregunta la voz al otro lado del teléfono. Es Diane Hassan, investigadora del Museo de Danbury. Hassan encuentra una partida de nacimiento que dice que Aszim nació en Danbury en 1913, lo que nos ayuda a entender la cronología de la llegada de mi abuelo en Danbury. Se trata del primo de mi padre, conocido en la familia por su apodo, Jimmy. Era el hijo de Mohammed, hermano de mi abuelo.

Le pedí a Hassan que me ayudara porque mi investigación se había trancado. Ellis Island, por donde entraron millones de inmigrantes a Estados Unidos, tiene un documento según el cual mi abuelo llegó en el buque Kroonland en 1920 con su esposa, Miriam, y su hijo pequeño Allie. Ese fue el segundo viaje de Hussien Karoub a Estados Unidos; no hay registro de su llegada inicial a Ellis Island ocho años antes, como hombre soltero.

A poca distancia, se desarrolla una investigación sobre lo ocurrido en esa época. Un grupo de Nueva York ha estado trabajando con curadores del Museo de la Herencia Arabe-Estadounidense en Dearborn, Michigan, para armar una exhibición sobre la llegada de los inmigrantes árabes a las Américas.

Los expertos comentan la paradoja de que la zona que se llamaba Pequeña Siria en el bajo Manhattan sería luego el mismo lugar donde estaban las torres gemelas del Centro de Comercio Mundial, destrozadas por terroristas árabes de septiembre del 2001.

A partir de esos trágicos eventos, muchos árabes fueron vistos con suspicacia y temor en Estados Unidos. Gente de raza blanca ha ofendido a sus vecinos árabes, exigiéndoles, "váyanse a su país".

Pero tales comentarios son un tanto extraños. ¿Cómo es eso de irnos a nuestro país, si nacimos aquí en Estados Unidos, o si vinimos y prosperamos, o si fuimos los que huimos de la pobreza y la represión? En tiempos de crisis, la sociedad se olvida de cuántos árabes somos parte de la sociedad estadounidense y de cómo hemos contribuido a ella.

Es por ello que nos toca a los árabes recordarle a los demás sobre nuestro legado. Pero ello implica un difícil desafío, pues no sólo hay que averiguar sobre hechos que nunca fueron registrados, sino a veces hay que enterarse de cosas que contradicen el consenso familiar.

Yo sabía desde que era pequeño que mi abuelo inventó su cumpleaños. ¿Cómo? Porque en la aldea donde nació no había partidas de nacimiento. En su lápida dice que nació en 1893; sus documentos de solicitud para ser ciudadano estadounidense, registrados en 1919, dicen que nació el 20 de diciembre de 1892.

Eso me trajo otra sorpresa: que él se registró para ser reclutado a la Primera Guerra Mundial en 1917, toda una década antes de recibir la ciudadanía. El documento menciona su lugar de nacimiento como "la República Arabe Siria" y su ocupación como "obrero de fábrica para Ford Motor Co".

El documento menciona sus problemas de espalda, que probablemente le eximieron de ir al frente de batalla. Su dirección es en la misma calle de Detroit donde, sólo cuatro años más tarde, el dirigiría lo que probablemente fue la primera mezquita en suelo estadounidense.

En Danbury, toda una sección de la ciudad es conocida como "El Pequeño Líbano", donde inmigrantes como mi padre vinieron a trabajar en las fábricas de pieles y sombreros. Un inmigrante árabe de allí que se hizo célebre fue William Buzaid, quien inauguró su fábrica de pieles de animales en 1910.

Hassan está trabajando con el Club Libanés Americano para aprender más sobre la historia de su familia.

Ella me agradece por aportar los datos de mi familia, pues ello ayudará a esclarecer datos sobre las comunidades en Danbury, Detroit, Chicago, Los Angeles, Cedar Rapids, Iowa, y muchos otros lugares donde los árabes dejaron huella en la llamada Gran Migración de 1880-1924. El apogeo del éxodo de lo que entonces se llamaba la Gran Siria fue entre los años de 1910 a 1914.

Aun después de buscar con varias formas de deletrear Karoub - Kharoub, Karoob, Karub, Karroubi - no encontré nada. Es posible, dice Hassan, que él estaba entre los que llegaron por Baltimore o Boston. Quizás Canadá. Quizás él ni siquiera entró por Ellis Island.

Quizás, quizás, quizás. Esa palabra me persigue.

Pasado árabe

Devon Akmon también quiere averiguar más sobre sus antepasados. A él le faltan todavía más respuestas que a mí. Lo que sabe es esto: él es mitad libanés, como yo, y su familia vino del norte del Líbano. Pero, ¿quién vino a Estados Unidos, y cuándo?

"Esa es la parte difícil, eso es lo que no sabemos", expresa Akmon, hoy subdirector del Museo Nacional Arabe Americano. "Ellos vinieron en primer lugar a Kentucky. Esa es la parte que yo no sé, la que quiero averiguar ... es la historia de nuestra familia, algo que parece tan misterioso".

Al saber más, dice, mejora su autoestima.

¿Cómo es posible que tantos detalles queden en la incógnita? Uno de los obstáculos principales para el historiador familiar es que muchos de los familiares se niegan a compartir sus recuerdos, y su abuelo era así.

Es un desafío incluso en su trabajo regular. "Tratar de averiguar el pasado de la comunidad árabe estadounidense a comienzos del siglo XX es muy difícil, porque ellos no llevaban mucha documentación", comenta.

Ese es uno de los temas explorados en el libro "Becoming American: The Early Arab Immigrant Experience" (Convertirse en Estadounidense: La Experiencia de los primeros inmigrantes árabes") (1985); por Alixa Naff, producido a raíz de decenas de entrevistas con inmigrantes y sus descendientes en más de 25 comunidades, entre ellas con mi tío, un hijo de Hussien Karoub que al igual que él, fue cura.

Una de las conclusiones que uno saca es que la historia de los inmigrantes árabes no es tan distinta a la de los demás inmigrantes - judíos, italianos, irlandeses - pues es una historia muy común en Estados Unidos.

Sin embargo, la inmigración siria ha sido muy poco estudiada, en parte porque eran muy pocos y en parte porque el idioma árabe no era tan conocido en Occidente antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero Naff dice que parte de la culpa la tienen los inmigrantes árabes, quienes "se negaron a estudiar su propia historia".

"La historia de su inmigración a las Américas, para ellos, era demasiado insignificante y demasiado efímera para ser estudiada", escribió Naff.

Por ello, el vacío académico fue llenado por las figuras históricas estadounidenses. "Como no tenían leyendas o héroes ancestrales que tengan relevancia en sus vidas, adoptaron como propias las leyendas estadounidenses como presidentes, vaqueros, atletas u hombres como Charles Lindbergh", escribió Naff.

Quizás es por eso que el Titanic - una gran figura histórica para Estados Unidos - es tan prominente en la historia de mi abuelo. El barco llevaba 154 pasajeros árabes, de los cuales 29 sobrevivieron.

Entre los sobrevivientes estaba Catherine Joseph, de 24 años, quien viajaba con su hijo Michael, de 6 años y Anna, de 2. Según los registros del navío, su esposo los había enviado de regreso al Líbano para ahorrar dinero pero luego los convocó nuevamente a Detroit.

Eso lo sabemos gracias a una exposición sobre el Titanic en el Museo Henry Ford de Dearborn, sede de la mayor comunidad árabe en Estados Unidos.

No tardó mucho tiempo hasta que los relatos de los sobrevivientes del Titanic se hicieran públicos. Los diarios árabes de la Pequeña Siria de Nueva York desempeñaron un papel crucial en la identificación de víctimas del naufragio y en dar alivio y manutención a los familiares.

"Toda la comunidad siria de Nueva York se identificó con las dificultades de quienes abandonaron su patria para buscar un mejor futuro en una tierra nueva", escribió Leila Salloum Elias en un ensayo que sirvió de base para su libro "The Dream and the Nightmare: The Syrians Who Boarded the Titanic" ("El sueño y la pesadilla: El relato de los sirios que estaban en el Titanic").

¿Qué impresión habrá dejado eso en mi abuelo? Me pregunto si él leyó los reportes de prensa y si eso lo llevó a participar en los esfuerzos comunitarios para ayudar a los pasajeros. Me pregunto si todo esto lo llevó a fundar su propio diario años después en Detroit.

Seguro, como tantos otros inmigrantes, fue seducido por la promesa de un buen sueldo trabajando para la automotriz Ford. Pero sospecho que también hubo otros motivos no tan materialistas: los inmigrantes musulmanes que se estaban trasladando a Michigan iban a necesitar un líder espiritual. Podría aprovechar sus estudios religiosos islámicos para ayudar a apuntalar a esa comunidad.

Me ayudó mucho en mis investigaciones el Archivo Nacional, el principal centro de documentación de la historia de Estados Unidos. Los registros de naturalización tienen datos de cuándo y cómo cada inmigrante llegó al país, y ahí, en la oficina de Chicago, están los datos de mi abuelo.

Son datos curiosos. Se registró como operador de máquina de coser. Tenía una cicatriz en la palma de su mano izquierda. Su firma - sólida y elegante a pesar de que no estudió inglés en la infancia - está bajo un documento donde promete que no es ni anarquista ni polígamo.

Insisto en mi búsqueda. La experta en genealogía Constance Potter aplica una búsqueda de las distintas formas de deletrear Hussien Karoub. Por lo menos en ese archivo, no hay registro de la llegada de mi abuelo en 1912.

Eso no me sorprende. Muchos puertos de entrada estaban abrumados por la cantidad de inmigrantes que llegaban. Los nombres de los recién llegados eran escritos a mano, siguiendo la pronunciación y hasta 1935, no existían los Archivos Nacionales.

"Hubo muchos años en que los datos podrían desaparecer", declara Potter.

Aunque ella aprecia mi perseverancia y lamenta que no pude encontrar lo que buscaba, me consuela con una frase lapidaria: "Todos nuestros antepasados estaban en algún sitio el 4 de julio de 1776, ya sea firmando la Declaración de Independencia o en algún rincón de Siria, pero allí estaban".

Musulmanes, cristianos y demás

Toda búsqueda, especialmente cuando se trata de la historia familiar propia, eventualmente llega de algún u otro modo a la misma pregunta: ¿Para qué?

¿Por qué esforzarme tanto para averiguar los detalles de la travesía de mi abuelo, por dilucidar cuán ciertos son los relatos de mis parientes? No es para sentirme más estadounidense, mi familia desde hace tiempo es parte de esta sociedad.

¿Tiene algún sentido tratar de reproducir el viaje de mi abuelo? Al fin y al cabo, él llegó a América. Fue uno de los primeros imams de Estados Unidos, inauguró la primera mezquita independiente del país y fundó un diario, el American-Arab Message, para una comunidad que crecería hasta convertirse en una de las mayores comunidades árabes fuera del Medio Oriente.

Hussien Karoub tuvo siete hijos, de los cuales cinco llegaron a la adultez. Falleció en 1973 a los 79 años de edad. Yo tenía apenas 4 años, pero lo recuerdo como un hombre gentil y amigable. Mi recuerdo más vívido es su sonrisa paciente, tolerante, mientras yo corría desenfrenado por su casa. Su legado perdura, a través de sus descendientes, que incluyen médicos, músicos, maestros, empresarios, abogados, legisladores y periodistas. Hay también veteranos de guerras.

Somos musulmanes, cristianos y demás, un legado apropiado para un hombre que fue criticado y alabado por acercarse a otras religiones y negarse a considerar a la suya como la única con validez.

Ha pasado un siglo y con el paso del tiempo los árabe estadounidenses inmigrantes somos un poco más estadounidenses y menos árabes. Sin embargo, ha surgido cierta ansia por descubrir más sobre nuestra herencia. Quizás es porque ya nos sentimos más a gusto con nuestro rol en la sociedad, pues hundirse en el pasado ya no es un riesgo para el presente. Pero con el pasar del tiempo, la historia se hace más difícil de dilucidar. Los recuerdos se desvanecen, los registros se pierden.

Para Elias, no es sorprendente que la historia de mi familia incluya el relato del Titanic. Ella una vez entrevistó a un hombre cuyo abuelo aseguraba que 15 habitantes de su aldea habían perecido en el naufragio. No hay registros de ello, pero Elias luego se enteró de dónde surgió la versión.

"Si alguien partía de su aldea, digamos en marzo de 1912, y no se supo más de esa persona, se decía que pereció en el Titanic".

Elias sabe de la importancia de conocer su propia historia familiar, y comenta, "¿Sabes cuánta gente me ha dicho, `Lamento que no hice más preguntas'?".

No le puedo hacer más preguntas a mi abuelo. ¿Aquello del Titanic? Probablemente no era cierto, pero no importa. Continuaré investigando, separando los mitos de las realidades, sabiendo que el viaje de mi abuelo fue el catalizador de la travesía humana de toda mi familia.

Al reflexionar sobre mi lugar en la historia estadounidense, se me ocurre algo un poco sorprendente: mi abuelo, el inmigrante Hussien Karoub, pertenece a esa historia tanto como cualquier otro.

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