Hace 75 años, Japón despertó a un gigante en Pearl harbor

A 75 años de distancia del ataque a la flota naval de Estados Unidos, la AP entrevistó a algunos sobrevivientes.

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Florence Seto muestra una foto con sus compañeras del quinto grado de la primaria en una escuela de Honolulu, tomada poco después del ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Seto es la tercera desde la izquierda en la primera fila. (AP Photo/Gillian Flaccus)
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Agencias
HONOLULU, Hawái.- Uno de los hechos más recordados durante la Segunda Guerra Mundial es el ataque de la Armada Imperial de Japón a la flota naval estadounidense en Pearl Harbor, lo que dio a EU el pretexto para entrar al conflicto mundial. A 75 años de distancia de este momento, Associated Press entrevistó a varios sobrevivientes y esto narraron:    

Parece una foto estudiantil típica de los años 40: Una imagen de tono sepia con 30 alumnos del quinto grado --26 mujeres y cuatro varones-- de la escuela primaria Thomas Jefferson de Waikiki. La mayoría sonríen, aunque a varios se les nota un gesto adusto. Algunos no tienen zapatos.

Sin embargo, hay algo distinto: Cada niño tiene una bolsa con una máscara antigás, producto del estallido de la guerra el 7 de diciembre de 1941.

Tres de esas alumnas, hoy ochentonas y quienes se han mantenido en contacto a lo largo de toda la vida, reflexionaron recientemente acerca del ataque japonés a Pearl Harbor hace 75 años y de cómo marcó su infancia.

Después del ataque a Pearl Habor, Estados Unidos le declaró la guerra a Japón y comenzó la guerra naval en el Pacífico 

Joan Martin Rodby recuerda que iba caminando despreocupada a la escuela, mientras sus padres construían un refugio para posibles ataques aéreos en el jardín de su casa. Florence Seto, quien es de ascendencia japonesa, cuenta que alguna vez compartió un helado con Rodby y que le asustaba mucho la idea de que se llevasen a su familia.

Emma Veary dice que le gustaba cantar y que su familia cubría las ventanas de noche para que los pilotos japoneses no viesen luces que les pudiesen orientar.

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En la mañana del domingo 7 de diciembre, pilotos japoneses sobrevolaron la isla de Oahu y lanzaron su ataque. Algunos niños se subieron a los techos de sus casas para ver qué sucedía. Los aviones volaban tan bajo que a veces podían ver el símbolo del sol naciente.

De repente empezó a salir humo del agua, a unos 16 kilómetros (10 millas) de donde vivía Veary, cerca de Waikiki.

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Veary, quien tenía 11 años por entonces, se subió al piso superior de la casa de un vecino. Todavía no había hoteles ni condominios altos, por lo que nada bolqueaba la vista y se podía ver hasta la base naval. Sus padres le gritaron que bajase al escuchar que estaban atacando Pearl Harbor.

Seto, quien vivía a pocas cuadras, recuerda que un vecino salió corriendo de su casa, gritando con expresiones soeces que los japoneses estaban atacando Pearl Harbor.

Seto corrió a su casa y le dijo lo que pasaba a sus padres, quienes eran ambos inmigrantes japoneses.

En el ataque murieron más de dos mil 300 personas, casi la mitad de ellas en el acorazado USS Arizona. Más de mil 100 resultaron heridas. Después de la incursión, Estados Unidos le declaró la guerra a Japón.

Veary, Seto y Rodby se encontraron de repente en una zona de guerra, donde el temor siempre presente de un ataque japonés se había hecho realidad.

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Uno o dos meses después del ataque, los escolares recibieron máscaras antigas. Rodby, quien tenía diez años, recuerda que tenían que hacer demostraciones para ver qué tan rápido se las podían colocar. Si sonaba una sirena anunciando un ataque, se suponía que tenían pocos segundos para ponérselas.

Los chicos se colgaban las máscaras del cuello durante las clases. Cuando jugaban en los patios, las amontonaban en un sitio determinado para poder ponérselas pronto de ser necesario.

"Era como si tuviésemos un tercer brazo, que estaba siempre con nosotros", dice Rodby.

Su padre, que trabajaba en una fábrica siderúrgica en Honolulu, construyó un refugio en el jardín de su casa. Había allí almohadas, mantas, platos y una lámpara de kerosene.

"Teníamos comida y luz artificial. Con el correr del tiempo los refugios se hicieron más sofisticados. Había camas y ponían pisos", expresó.

Padres y voluntarios cavaron trincheras en las escuelas. Las cubrían con césped para que los alemanes no las pudiesen distinguir si volaban bajo.

La mayoría de los recuerdos de Rodby son felices, no obstante. Cubría a pie las cuatro cuadras hasta la escuela y se encontraba con amigas en el camino. Habían formado un gran grupo al terminar la secundaria.

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Seto dice que lo único que la asustó realmente durante esa época fue cuando la policía militar se presentó a su casa preguntando por su padre.

Algunos vecinos que servían en la Armada pensaron que estaba acumulando comida y lo denunciaron al ver que el camión de su empresa de pintor estaba lleno de salchichas Viena, Spam y arroz, que debía entregar a amigos.

Los padres de Seto eran inmigrantes y tenían problemas para comunicarse con la policía. Sus hermanos explicaron lo que hacía su padre y le dieron a la policía los nombres de las familias a las que estaba ayudando. La policía militar se disculpó y se fue, según ella.

Las familias que denunciaron al padre eran amigas de los Seto. "Estaban asustadas. Fueron tiempos duros", dice Seto.

Las autoridades detuvieron a mil 330 japoneses y japoneses-estadounidenses en Hawai. Seto dice que su padre fue investigado y que cree que no hicieron nada con él porque sus conocidos dieron fe de que era un hombre de bien, en el que se podía confiar.

Pero un amigo de la familia, dueño de un restaurante, fue deportado. "No sabíamos los detalles, pero mi madre y mi padre hablaban mucho de eso y se callaban cuando yo me acercaba", expresó.

La mayoría de los recuerdos de Seto son alegres. Cuenta que disfrutaba mucho ayudando en las plantaciones de piña, cuando los hombres se iban para hacer el servicio militar.

"Todos contribuían", indicó.

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Poco después de comenzado el ataque, al padre de Veary le pidieron que diese una mano en el rescate de marinos. Era capitán de un remolcador y no volvió en más de un día.

El temor a los ataques hacía que su familia cubriese las ventanas de la casa para que no se viese luz desde los aviones. Había gente que recorría los barrios de noche asegurándose de que no se filtraba luz de ninguna casa. Si en alguna percibían luz, le golpeaban la puerta y les hacían un llamado de atención.

También había momentos plácidos. Le gustaba mucho cantar, incluso delante de audiencias. De hecho, terminó siendo cantante.

En los feriados, ella y sus hermanos invitaban a soldados que conocían en el autobús a comer platos preparados por su madre y algunas vecinas.

"No teníamos dinero, pero siempre compartimos lo que teníamos", explica.

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