Timbuctú debe buscar la reconciliación

Los islamistas dejaron al descubierto las hostilidades contra los árabes que han vivido ahí desde hace siglos.

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Baba Ahmed, corresponsal de AP en Bamako, camina en su barrio en Timbuctú, Mali, días después de que fue liberado por las fuerzas francesas. (Agencias)
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Baba Ahmed/AP
TIMBUCTU, Malí.- En mi ciudad natal de Timbuctú no se veía una sola luz mientras nos acercábamos de noche pocos días después de que la liberaran de los milicianos vinculados a Al-Qaida que la gobernaron durante casi 10 meses.

Crecí en un Timbuctú que estaba abierto al mundo, una ciudad de riqueza intelectual que daba la bienvenida a visitantes extranjeros y que tenía una industria turística. Aunque conocida por su lejanía, los turistas llegaban aquí en masa para montar camellos y dormir en el desierto bajo las estrellas en las comunidades nómadas tuareg. Mi ciudad es conocida desde hace mucho tiempo como un lugar para estudiar el Islam y ha ganado fama por su proximidad a un festival internacional de música que se celebra todos los años.

Timbuctú era una ciudad donde todos los grupos étnicos de Malí vivieron en armonía en años recientes

La última vez que estuve aquí fue en mayo, un mes después de que los rebeldes islamistas la capturaron. Después de esa visita escribí sobre lo sucedido desde la distante capital, Bamako, mientras pasaba trabajo recopilando información por teléfono todas las semanas sobre el destino de la ciudad que adoro.

Pronto los islamistas comenzaron a dar latigazos a mujeres y niñas por estar en la calle sin velo, e incluso le amputaron la mano a un sospechoso de haber robado. Los vuelos en avión y el transporte público en la ciudad finalmente terminaron a medida que el conflicto se profundizaba, y se hizo demasiado difícil y peligroso visitarla otra vez. Mis padres, hermanos, hermanas y sus familias huyeron de Timbuctú pocos días antes de que las fuerzas francesas y malienses la retomaran. Yo llegué poco después en un convoy de periodistas, al volante de un vehículo todoterreno sobre las calles arenosas de mi ciudad.

La mañana que llegué había transportes blindados y soldados franceses patrullando las calles de Timbuctú, famosa por una mezquita construida entre 1325 y 1326. Los islamistas habían cortado intencionalmente los servicios de electricidad y teléfono ante el avance de las fuerzas francesas y malienses.

Timbuctú era una ciudad donde todos los grupos étnicos de Malí vivieron en armonía en años recientes y donde se respetaban todas las religiones. Esta era la ciudad que todavía esperaba encontrar. Pero los islamistas dejaron al descubierto las hostilidades contra los árabes que han vivido aquí desde hace siglos. Aunque mi familia y muchos otros árabes no apoyaban a los yijadistas, algunos residentes africanos sospechaban de cualquiera que perteneciera a los grupos étnicos representados entre los islamistas.

Mientras recorría la ciudad vi que habían asaltado y robado las tiendas de vecinos que eran árabes y tuareg. Más de una decena de tiendas, que vendían desde mantas hasta té, estaban en ruinas en el mercado. Algunos vecinos molestos también destrozaron sus viviendas en venganza por lo que pensaban eran sus vínculos con los milicianos vinculados con al-Qaida que impusieron la ley islámica.

Al caminar por mi antiguo barrio, los amigos actuaron como si hubiera caído del cielo. Mis antiguos vecinos me dieron una cálida bienvenida, agitando las manos, besándome. Preguntaron por mi familia. Todavía no había hablado con ellos. Ni siquiera sabían que estaba de vuelta en Timbuctú. Mis vecinos se sorprendieron al ver a un árabe regresar a la ciudad en un momento en que hay tanta ira desatada.

Los islamistas se han ido, pero su ocupación ha dejado una cicatriz en Timbuctú. La ciudad ahora tiene que buscar la reconciliación.

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