Vietnam y su último escribano

De aspecto frágil, Duong Van Ngo lleva como escritor público de cartas 24 años y a pesar de que su salud es precaria no piensa jubilarse.

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El escritor público se desespera traduciendo al idioma de Voltaire la larga carta de amor que le entregó una mujer vietnamita para enviársela a su amado en Francia. (EFE)
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EFE
HO CHI MINH, Vietnam.- A sus 84 años, el vietnamita Duong Van Ngo es el último escritor público de cartas en el edificio central de Correos de Ho Chi Minh (antigua Saigón), donde presta sus servicios desde hace un cuarto de siglo.

"Algunos me llaman 'el último mohicano' porque ya nadie se dedica este trabajo. Lo empecé hace 24 años, después de jubilarme como empleado de Correos. Lo hago por placer y para ganar un poco de dinero", manifiesta a Efe el escribano en un francés de acento cantarín.

A las 08:00 horas, Ngo llega en bicicleta al edificio central de Correos, a dos kilómetros de su casa, y atraviesa la estancia principal con parsimonia hasta llegar a una de las mesas públicas, donde tiene su puesto de trabajo.

El anciano, de aspecto frágil, se sienta encorvado en el banco y despliega una pila de papeles que acarrea dentro de una carpeta raída, cuatro diccionarios amarillentos, algunas fotografías antiguas de Saigón y una novela de Balzac en francés.

"Es muy buen escritor, pero no he tenido tiempo de leer la novela aún. Me la regaló una señora francesa a la que traduje una carta al vietnamita hace unos meses. Tengo mucho trabajo y además no puedo leer bien por un problema en la retina. Utilizo una lupa para trabajar", explica.

Al lado de su mesa cuelga todos los días el cartel de "escritor público" impreso en vietnamita, francés e inglés, los tres idiomas que domina.

Aunque obtiene bastantes de sus ingresos gracias a los extranjeros, la mayor parte de sus clientes son vietnamitas 

"Los viejos como yo todavía hablamos francés, lo aprendí en el colegio. Más tarde, a los 36 años, estudié el inglés con pilotos americanos. Ahora ya nadie sabe francés pero es importante aprender los dos idiomas", comenta.

Durante toda la mañana, el escritor público se desespera traduciendo al idioma de Voltaire la larga carta de amor que le entregó una mujer vietnamita para enviársela a su amado en Francia.

"Es muy difícil, esta mujer escribe de una forma muy complicada y me está llevando demasiado tiempo", protesta.

Escudriña cada palabra con ayuda de su lupa, traduce una frase y se detiene de vez en cuando para consultar sus viejos diccionarios, llenos de anotaciones.

"En el diccionario no están todas las palabras. Ahora tengo que añadir una nueva, 'masculinidad'", dice mientras apunta la nueva entrada y su traducción al vietnamita en la página correspondiente.

El anciano interrumpe su trabajo de vez en cuando y atiende a grupos de turistas que aprovechan su visita al edificio (una de las joyas arquitectónicas de la ciudad, diseñado por Gustave Eiffel al final del siglo XIX) para pedirle que les dedique una postal en vietnamita de recuerdo.

"Cobro 10 mil dongs (35 céntimos de euro) por un folio, pero los turistas siempre me dan un poco más. No tengo problema en atenderles porque me gusta hablar con la gente", dice.

Si los turistas son europeos, Ngo rebusca entre sus papeles hasta dar con la foto de Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, que le visitó hace dos años.

Aunque obtiene bastantes de sus ingresos gracias a los extranjeros, la mayor parte de sus clientes son vietnamitas que necesitan de sus servicios de traducción para cartas formales.

Una mujer de mediana edad acude a él para que traduzca una petición a una compañía aérea, ya que hay un error el nombre del billete a Francia de un familiar.

"Siempre les digo que escriban primero el texto en vietnamita porque yo me limito a traducir, si está escrito no puede haber confusiones. A veces es gente que no sabe escribir bien y yo le doy forma para que quede mejor, pero nunca cambio el significado", indica.

A las 15:00 horas, tras siete horas de trabajo, Ngo guarda los libros y papeles en su bolso de cuero y descansa unos minutos antes de ir a recoger su bicicleta y regresar a casa.

Cada día se siente más cansado, pero por el momento no tiene intención de jubilarse.

"Mi salud es cada vez más débil, en los últimos meses lo noto día a día, pero en casa me aburriría. Además -concluye- sigue habiendo gente que solicita mis servicios y no hay nadie que me sustituya". 

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