“Arriba los de abajo…”

El mismo día en que el viejo dictador Porfirio Díaz abordó el barco Alemán “Ipiranga”, rumbo al exilio francés; Uldarico González de la Rosa...

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El mismo día en que el viejo dictador Porfirio Díaz abordó el barco Alemán “Ipiranga”, rumbo al exilio francés; Uldarico González de la Rosa, “mapachista” chiapaneco desde una edad temprana, pegó un fuerte manotazo a la vieja mesa de la cantina “el as de oro” en los alrededores de Tapachula. Besó  la medalla guadalupana que le colgaba del pecho, y con un alarido aturdidor exclamó: “Viva Pancho Madero”. Acto seguido tomó un vaso de aguardiente y enfiló su caballo rumbo a la casa de Magdalena Soria, hija del boticario del pueblo, con quien se veía clandestinamente. Uldarico tenía una fama bien ganada de jugador y borracho. En contrario era admirado por ser  excelente estratega revolucionario. Amigo leal y hombre de “palabra maciza”. Los “mapaches” eran revolucionarios locales  fieles a los políticos que en el centro del país, luchaban contra la dictadura porfirista y veían en Madero la esperanza de una paz duradera.

A “Laco” como le decían de cariño, el gusto le duró escasamente los 15 meses en que estuvo en el poder Madero, hasta su derrocamiento por la traición de Victoriano Huerta. Derivado de esa situación igualmente le costó la vida a su paisano comiteco  el Doctor Liberal Belisario Domínguez Palencia. Para ese tiempo Uldarico contaba apenas con 19 años de edad. Desde los 8, abandonó a su madre que en segundas nupcias se había unido a un militar de carrera quien la maltrataba. Se había ido a la “bola” con la promesa de retornar y acabar con la vida de su sanguinario padrastro. Desde muy pequeño perdió a su padre que fue victima de una epidemia de malaria procedente de Guatemala y había arrasado aquel país. González de la Rosa se había convertido en un extraordinario jinete, de  excelente puntería con “la cachetona”, su inseparable revolver de oro que

Magdalena Soria, hija del Galeno Romario, asistía a la única escuela de monjas y el trascurrir de su vida era sólo la inclusión entre su casa, la escuela y la iglesia. De vez en cuando le permitían ir a dar vueltas al parque dominical acompañada de su chaperona o de alguna de sus tías. La relación con el joven Uldarico era una mezcla de temor y deseo; de emociones encontradas entre lo prohibido y la curiosidad por trasponer las puertas del deseo. Este último, fue quien ganó la partida. En las fiestas patrias de septiembre luego de entrevistarse tras la parroquia, Uldarico montó en su brioso corcel a Magdalena y esta se dejó guiar hasta llegar al viejo pueblo de jacula donde el amor ese celebre inmortal los unió en el desborde de una pasión reprimida y el consuelo de pretender tocar el cielo con los dedos. Los primeros meses se derritieron como la miel en el placer de aquellos jóvenes. Más tarde, Magdalena de apariencia lozana adquirió una enfermedad que le convirtió los huesos de una fragilidad extrema y la postró a la cama por casi dos décadas. Uldarico perdió en ese tiempo la mitad de su juventud, para cuando su conyugue murió el era un hombre físicamente acabado.

Rayando los 60 años de edad llegó a Tuxtla Gutiérrez, con sus facultades psíquicas evidentemente dañadas.  Todo el día caminaba sin rumbo fijo y de vez en vez pintaba en las barda “arriba los de abajo”. La gente Tuxtleca comenzó a acostumbrarse  ver deambular aquella figura encorvada. Solo para detenerse a diseñar una frase en cualquier lugar, “arriba los de abajo. Viva Pancho Madero”.

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