Calderón y Peña: objetivos lógicos

Entre los gobiernos y gobernantes espiados por la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos están el expresidente Felipe Calderón y, como candidato, Enrique Peña Nieto.

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Del espionaje abundan referencias tan antiguas como las de agentes que orejeaban para Moisés, David o Josué, o la clasificación de espías que hizo Sun Tzu (siglo IV aC): “Nativo, interno, doble, liquidable, y flotante” que, “cuando están activos todos ellos, nadie conoce sus rutas”. A esto, escribió el chino en El arte de la guerra, “se le llama genio organizativo, y se aplica al gobernante…”.

Isabel Primera de Inglaterra se sirvió de su principal secretario, sir Francis Walsingham, a finales del siglo XVI para, mediante redes de agentes en toda Europa, penetrar el corazón de otras naciones (enemigas o aliadas). A este cuate se le reconoce desde entonces como “maestro de espías”: supervisaba las políticas exterior, nacional y religiosa; fue embajador en Francia y partidario tenaz de la exploración, colonización y sometimiento de Irlanda y de la unión con Escocia, así como hacer de Inglaterra la mayor potencia marítima (en una economía cada vez más globalizada).

Descubrió y desactivó varias conspiraciones contra la reina y, con información de sus espías, aseguró la ejecución de María Estuardo.

Al servicio de Napoleón, Joseph Fouché (Cocinero de la conspiración, le decía Robespierre) tuvo a su cargo la Policía de Francia (que se convertiría en el temible Ministerio de Interior) y se le concede la paternidad del espionaje moderno, entendido como una prioridad de Estado. Sus artimañas para el hurgamiento fueron piedra de toque del FBI en EU o el MI-6 inglés, que se volvieron clave en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial (con la red Orquesta Roja trabajando para los aliados en los países ocupados).

La guerra fría fue constante duelo de espías entre las potencias, con casos tan célebres como los de Harold Adrian Russel Philby o Kim Philby (integrante del grupo estalinista Los cinco de Cambridge); los agentes dobles Blake, Ames y Penkovski, o el derribo del avión espía U-2 de 1960 por migs soviéticos y cuyo piloto, Francis Gary Powers, fue apresado y luego cambalachado por agentes rusos.

Después, la caída del Telón de Acero, lejos de acabar con el espionaje, lo reactivó, sobre todo con los atentados de 2001 para penetrar al integrismo islámico (que llevó al encuentro y asesinato de Bin Laden diez años después).

Frente a las “bondades” de su práctica como asunto de Estado, los WikiLeaks de Julian Assange (desde 2007) vinieron a ser el primer gran machetazo a caballo de espadas: filtraciones de decenas de miles de documentos secretos que el Estado gringo mantenía bajo reserva.

Y de ahí a lo de ahora (caso Snowden): la difusión de gobiernos y gobernantes espiados por la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, entre quienes están el ex presidente Felipe Calderón y, como candidato a sucederlo, Enrique Peña Nieto.
Pues… ¡ni modo que no!

Lo sorprendente no es tanto que fueran espiados, sino que lo hubiesen sido por tan breve tiempo y, para colmo, que nada notable ni abracadabrante les hayan encontrado... 

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