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Recordando a Aristóteles, para quien los bienes de la vida pueden ser los del alma, del cuerpo y los exteriores, dice Schopenhauer que “lo que origina la diferencia en la suerte de los mortales” puede reducirse a lo que uno es, la personalidad; lo que uno tiene; y lo que uno representa, la opinión de los demás que se divide en honor, rango y fama. Pero “siempre será lo principal lo que uno sea, lo que tenga en sí mismo, pues la individualidad lo acompaña a todas partes, e impregna todo lo que se vive y experimenta”.

Pienso en ello porque se anunciaron los nombres de los recipiendarios de la medalla Yucatán 2012, que han recibido numerosas personalidades ilustres y que no ha estado exenta de polémica, como cuando Humberto Lara y Lara, Raúl Cáceres Carenzo y Carlos Loret de Mola declinaron recibirla, aunque los dos primeros terminarían cediendo años después.

Nombres son, este año, de incuestionable valor y muestra de pluralidad. Domingo Dzul Poot, escritor, por su contribución a conservar los valores  de la cultura maya, en momentos en los que sus propios hijos olvidan su lengua; don Renán Solís Avilés, a quien recuerdo con admiración y cariño, quien apenas el año pasado recibió la  Medalla al Mérito Jurídico “Rafael Matos Escobedo”, y cuya larga, prolífica y fértil trayectoria es ejemplar en todos los sentidos; Jorge Álvarez Rendón, espíritu crítico, cronista de la ciudad, maestro y crítico literario, que a los largo de décadas nos ha enseñado a escribir; Carlos Bojórquez Urzaiz, con amplia trayectoria en el campo de las ciencias sociales y la educación, por esfuerzo propio pero, también, un poco, ayudado por el ADN de los Urzaiz, y que hace poco recibió también la medalla Eligio Ancona; y mi amigo entrañable, Rubén Reyes Ramírez, cuya mirada penetra nuestro dilatado tiempo literario. A su voz, ya de suyo polifónica, se suman las tantas voces que ha retratado en biografías, antologías y comentarios esenciales para salvarnos de la amnesia; en ello, es un poco explorador del cementerio de libros olvidados que no sólo existe en la Barcelona de Ruiz Zafón, sino en muchos de los lugares en los que se ha hecho y leído literatura como parte del alma propia.

Voces como la de Ernesto Albertos Tenorio, que Rubén rescata para nuestra memoria, alma que afirmó su recia espiritualidad y empatía con los otros en su viaje por el inframundo de una institución mental.

Esperemos que nuestros homenajeados en el mundo real, que es el verdadero manicomio, al recibir por elección de un jurado ciudadano, este sí sensato, la medalla merecida, más allá del honor, el rango y la fama, persistan en el ejemplo esencial de su personalidad, para que se nos pegue algo, como lo dijo Ernesto Albertos:

Al ser precipitado, sin advertencia alguna,
por fuerzas innombrables, al tenebroso abismo,
en mi espíritu claro grabé norma oportuna:
“No debes olvidarte de ser siempre tú mismo”.

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