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Impresionante fue el manejo que los medios de Estados Unidos hicieron de las encuestas en la campaña presidencial, rematado con el monumental despliegue de anoche.

Qué clase de espectáculo. Encuestas todos los días, a todas horas, en televisión, las páginas web, las redes sociales. Nacionales, por estado, por sector, sexo, raza, condición económica. Encuestas de salida ayer sin ataduras, que permitían hacer sumas, restas, proyecciones. Modernidad. Democracia. Espectáculo.

Y calidad. A reserva de hacer un análisis más reposado, parece que el grado de acierto de las distintas encuestas fue muy alto. Nadie, por lo visto, tendrá que salir a ofrecer disculpas ni a hacer malabarismos para tratar de justificar lo injustificable. Por ejemplo, una diferencia de 10 puntos entre lo medido y el resultado real.

Retrotraigo el tema porque pasaron cuatro meses de nuestra elección presidencial y no hay por parte de los especialistas una explicación amplia, convincente de por qué fallaron la mayor parte de las encuestas. En la semana posterior al 1 de julio, varios de los encuestadores escribieron sus primeras impresiones. La revista Este País dedicó al asunto la portada de agosto. Otras publicaciones se sirvieron de la crisis para golpear arteramente a medios y encuestadores, y para sembrar la sospecha de que atrás de los malos números solo podría estar la corrupción.

Hay, pues, una discusión pendiente que nos debemos. Pública. No imagino a Mitofsky, GEA/ISA, Buendía & Laredo, Parametría, BGC/Ulises Beltrán (y sus medios asociados) regresando el próximo año a las elecciones de gobernadores como si nada hubiera ocurrido en 2012.

¿Qué pasó? ¿Por qué tantos se equivocaron por tanto?
 

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