El futuro de las encuestas electorales

Los encuestadores son un gremio envidiable por su sentido de pertenencia a una industria que defienden con todo.

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En febrero de este año, la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación de Mercado y Opinión Pública (AMAI) organizó un “Laboratorio Político” y me invitó a participar en un panel con otros colegas de medios de comunicación para hablar de las encuestas ante el inminente proceso electoral.

Un par de días antes del evento, la empresa Covarrubias y Asociados había presentado su primera encuesta de la campaña —en ese entonces con precandidatos— con resultados muy diferentes a los del resto de las empresas encuestadoras. Era, en ese momento, un outlier, una anomalía. Dije en aquel panel que era urgente que los encuestadores se explicaran y nos explicaran cómo era posible tener esas enormes diferencias entre una y otra casa encuestadora. Otros colegas advirtieron del peligro que tales diferencias podrían significar a la hora de la elección en el prestigio público de una industria necesaria.

Los encuestadores son un gremio envidiable por su sentido de pertenencia a una industria que defienden con todo. La existencia y fortaleza de la AMAI es buen testimonio de ello. Tanta amabilidad entre colegas, sin embargo, a veces camina en contra de la crítica profesional a métodos, usos y costumbres.

A lo largo de la campaña, frente a encuestadores cuyos resultados se salían de la media, la respuesta era la sonrisa y la explicación imposible. Tal y como sucedió aquel día del “Laboratorio Político” con la encuesta de Covarrubias.

Todos estaban bien, fue la conclusión.

Eso era imposible.

Al final de la elección presidencial, la mayoría de las empresas encuestadoras estuvieron lejos del resultado electoral. En promedio, sobreestimaron el voto del PRI unos siete puntos porcentuales. En algunos casos, como la de MILENIO-GEA/ISA, hasta 11. Siguieron las enormes diferencias de cifras entre encuestadoras.

La primera reacción fue la autodefensa. Esos mexicanos que cambian de opinión en el último momento, esos mexicanos que nos mienten, todo es culpa del IFE y su regulación o de plano: nosotros estuvimos bien, nomás que no nos entendieron.

Ante lo que dijo MILENIO después de la elección —que, por lo menos, periodísticamente habíamos fallado— no pocos nos criticaron y hasta se ofendieron.

Poco a poco, sin embargo, los encuestadores entendieron que el daño era mayor. Su trabajo fue parte del alegato para impugnar la elección, creció una percepción pública de que había algo podrido en las encuestas, en su relación con partidos y medios. Cada vez más voces comenzaron a hacer una crítica a la metodología y a revisar las condiciones en las que trabajan los encuestadores mexicanos durante las elecciones. Recuerdo un debate televisivo en el que Ulises Beltrán hizo una comparación crítica entre el promedio de error en Estados Unidos en 2008 y el de México en 2012. Un artículo de Guido Lara, que tocó el tema de lo cualitativo en la metodología; otro de Berumen, en Este País, que habló de revisar técnicas de muestreo. Y el más reciente de Alejandro Moreno en Reforma.

Esta semana, en el IFE se reunieron representantes de encuestadores, partidos, medios y academia. Me quedo con la idea que ya ha permeado —casi en todos— la idea de que hay que revisar hábitos, métodos y costos.

El más preciso y contundente fue el doctor Javier Alagón, director general de Estadística Aplicada.

Resumo lo que dijo el jueves:

1) Los esquemas de muestreo convencionales, utilizados en México desde hace varios lustros para encuestas electorales, resultan insuficientes para la complejidad que vivimos en este país.

2) Existe documentación de sesgos de respuesta favorables a un partido político. En algunos estados, el sesgo de respuesta a favor del PRI fue hasta de ocho puntos. Esto significa que un grupo de personas encuestadas contestaba favorablemente a un partido político sin tener la convicción de votar por dicho partido.

3) La mayoría de las casas encuestadoras afirman que reportan los resultados tal cual son proyectados por métodos estadísticos, sin procesos de filtrado o uso de modelos que en otras áreas y en otras latitudes han demostrado ser muy efectivos. En investigación de mercados, disciplina hermana de la opinión pública, el no hacer algún filtrado (por ejemplo, personas con intención dudosa de compra) es un camino directo al fracaso.

4) Los márgenes de error reportados; el típico de 3.1% al 95% de confianza para una muestra de tamaño 1000 no corresponden a los diseños de muestreo utilizados en México. Estos márgenes corresponden a los de un muestreo aleatorio simple, muy alejado de los muestreos que se hacen en México.

5) Los diseños utilizados para trackings diarios, semanales o mensuales deben estar basados en selecciones independientes y no en selecciones aleatorias iniciales que después se van rotando por conveniencia en campo.

6) La presión a la que es sometido el gremio, en términos de velocidad y precio, tiene, a su vez, un costo en la precisión.

Me parece una correctísima ruta para recuperar el vínculo roto entre encuestas, medios y público, y que hay que reconstruir.

Las encuestas son absolutamente necesarias, enriquecen nuestro conocimiento y, por tanto, la democracia.

Twitter: @puigcarlos

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