El pecado no es una fatalidad

Penetra como consecuencia de la decisión egoística de la persona.

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El pecado consiste en querer sustituirse a Dios, decidiendo lo que es bueno y lo que es malo. (letjesushelpyou.com)
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I domingo de Cuaresma

Gn 2, 7-9; 3, 1-7; Sal. 50; Rm 5, 12-19; Mt 4, 1-11

I.- Gn. 2, 7-9, 3, 1-7

Hoy hemos escuchado dos distintos pasajes del Génesis. El primero de la creación del hombre con su colocación en el jardín del Edén y el segundo de la primera tentación que logró engañar a Adán y Eva y que sirve para prepararnos a reflexionar en que el ser humano ha sido tentado desde el inicio, como sucederá también con Jesús que se ha retirado al desierto.

Nuestros primeros padres sucumbieron y Jesús triunfa del mal. El tentador permanece siempre el mismo: astuto y malvado, capaz de crear sugestiones e imaginaciones, que seducen para dirigir él, el curso de los acontecimientos.

Dos vertientes muy significativas en esta lectura: en la primera se subraya la condición del ser humano, en todo dependiente de Dios (v. 7) “El Señor plasmó…” frágil y débil “con polvo del suelo…” pero al mismo tiempo participando de la condición divina con su alma inmortal y sus maravillosas facultades intelectuales, espirituales y volitivas.

Es muy espectacular la presentación del tentador, fuerza seductora que viene del exterior de la persona, fuerza corruptora, personal y dialogante, en la mentira. Simbolizada en la serpiente, tentador antiguo que manipula la palabra de Dios, con una exégesis distorsionada, que hace que la mujer emerja de su silencio y acepte un diálogo que la llevará a caer en la tentación, con una insinuación maligna que lleva a dudar de la veracidad de Dios, en sí como si el Creador tuviera miedo y temor.

Los dos caen en el absurdo de realizar la propia vida independientemente de Dios, con una vana ilusión de erigirse como árbitros del bien y del mal, dueños de la propia vida apenas recibida en administración.

El pecado consiste en querer sustituirse a Dios. Decidiendo lo que es bueno y lo que es malo. Alejándose de Dios. Dejando de confiar en Él y de darle la sumisión y respeto como a Su Creador. La persona quiere hacerse ley así misma, rechazando la Ley de Dios.

Pretende realizar –ser Dios y ser gracia-, el deseo ilimitado de vivir en la propia autosuficiencia. La desilusión es tremenda, de pronto se encuentran desnudos, miserables y solitarios en una tierra que se ha vuelto hostil, humillados por la vergüenza y la derrota, amenazados por la muerte, incapaces de controlar sus instintos.

La armonía original: consigo, con los demás, con la naturaleza y con Dios, se ha fracturado, viene la expulsión y el dolor… Esta historia del drama humano no sólo se encuentra en las primeras páginas del Génesis, sino que se siguen viviendo: el hombre que quiere ser Dios y que hace de la historia humana un marco de violencia y sufrimientos, injusticia y corrupción, destrucción del equilibrio ecológico y de los principios y valores que dan dignidad a la existencia.

El “pecado original” no sólo está en el inicio de la humanidad, sino se repite su tentación y reto, en cada persona y en cada etapa de la historia humana. Bien dice San Agustín: “No en cuanto está en la carne, donde no está el diablo, sino en cuanto está en el propio “yo”, el hombre puede volverse semejante al diablo” (De Civitate Dei XIV 2-3).

El pecado no es una fatalidad, una dimensión inexorable de la naturaleza divina, sino que penetra como consecuencia de la decisión egoística de la persona, que cede al infausto instinto que trae consigo (Sínodo de Orange II. Canon 1-2 – Ds. 371). El espacio de la libertad, de la posibilidad de elegir y de cumplir el bien, aunque debilitado, permanece como oportunidad y reto, que confiando en la gracia, vuelve al hombre colaborador de Dios, se debe combatir sabiendo que es siempre posible la victoria con la gracia del Espíritu.

II.- Rm. 5, 12-19

Cristo que en este paralelismo se contrapone a Adán y Él que nos ha recuperado la gracia, liberándonos del pecado y de la muerte, para ser realizadores de la justicia de Dios. Pablo presenta el doble destino que espera a la humanidad: la muerte o la vida. La salvación está vinculada a la solidaridad con Cristo, a su obediencia y amor oblativo. Cristo es el protagonista: en su acción liberadora, en su obediencia y en su don de gracia.

La eficacia positiva de Cristo supera por mucho y radicalmente la negativa influencia de la herencia de Adán. Por eso Pablo establece este paralelismo formal, pedagógico para, en el claro oscuro, comprender mejor el misterio de nuestra redención. Añade además el sentido de solidaridad, la acción de uno que determina las elecciones de la humanidad. Pablo deja claro que el hombre conserva su libertad para aceptar o rechazar el influjo del mal, quedando siempre la responsable elección personal.

III.- Mt. 4, 1-11

La maravillosa página del capítulo IV del evangelio de Mateo nos presenta a Jesús al término de su ayuno y escribe: “Jesús fue conducido por el Espíritu en el desierto, para ser tentado por el diablo”. Es muy importante comprender la síntesis de las tentaciones para entender esa realidad inherente a todos en la vida humana.

a) La primera tentación podemos denominarla: “Absolutizar las necesidades”. Jesús tuvo hambre: se puede tener hambre de pan, de amor, de gloria; absolutizar las necesidades significa poner nuestras necesidades –reales o ficticias- en competencia con los designios de Dios. “No sólo de pan vive el hombre…” responde Jesús; Él nos quiere poner en guardia inclusive delante de la necesidad fundamental del hambre, para hacernos comprender que todo debe estar encausado por la razón y el designio superior de Dios. Nos enseñó a pedir: “el pan nuestro de cada día dánosle hoy” y multiplicó los panes para nutrir a la multitud hambrienta. Jesús rechazó así el papel mesiánico espectacular y prodigioso, viviendo en la fidelidad a Dios propia del justo.

b) La segunda tentación la llamaremos: “Instrumentalizar a Dios”. El diablo lleva a Jesús al pináculo del Templo y le dice: “arrójate” y cita expresiones bíblicas… se puede manipular la Biblia contra el designio de Dios. Orar significa ponerse en la presencia de Dios con un corazón humilde y confiado, como hijos delante del Padre para comprender y llevar a cabo la voluntad del Señor, con el auxilio de su gracia. Es un dilatar el corazón y la propia capacidad humana para realizar el designio de amor, que nos sobrepasa e involucra. Aquí también hay que pensar en todo lo que es magia, apariciones, manifestaciones extraordinarias y milagrerismo contemporáneo. Decía muy bien el P. G. Bini, OFM: “Hay que predicar con la vida y cuando sea necesario también con las palabras”. No instrumentalizar a Dios, en beneficio propio.

c) La tercera tentación es “la idolatría”. Sólo Dios puede y debe ser adorado. La tentación idolátrica la experimentó Israel en el desierto y la experimentan personas y pueblos en su camino de historia. Desierto es de por sí un lugar de retiro, de soledad, propicio para el encuentro consigo para redimensionar la vida a la luz de Dios, para comprender y acatar su voluntad y designios para identificarse y vivir en sintonía con el Señor. Hay una relación que vale la pena subrayar y es con el Bautismo. El Espíritu desciende en ocasión de éste sobre Jesús y es quien lo conduce al desierto. “Cumplir toda justicia” (Jn. 5, 10) significa vencer el mal y realizar el beneplácito de Dios Padre.

Las figuras bíblicas del león rugiente (I Pe. 5, 8) o del dragón voraz (Apoc. 12, 3) tratan de precavernos de la furia del tentador. La destrucción en los campos de concentración o en las sabanas africanas o de los niños en el seno de la muerte, son aplicaciones del reto permanente de la tentación hacia el mal. Pero también hay un daño grave en la esterilización de principios y valores cristianos: se fractura a la persona, se divide la familia, se difunde la droga y el crimen, no se castiga la corrupción, aumentan los suicidios.

Vemos claramente lo sutil de la tentación: se difunde la idea de que la aceptación de Dios limita la libertad, –como en el paraíso- y el mundo que estamos construyendo no es de mayor libertad, sino de mayor maldad; como bien dice Pablo: “debemos luchar contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal...” (Ef. 6, 12).

No bastan los valores seculares positivos de sinceridad, honestidad, igualdad, fraternidad. Pues el drama que señala Pablo es muy real: “realizo el mal que no quiero” (Rm. 7, 14).

Sabemos que crecen el trigo y la cizaña y debemos saber discernir. Tenemos pues que estar preparados a dar cada día el combate por Cristo, en nuestra oración y en el contexto social de vocación y función para asociarnos a la victoria de Cristo y merecer así la corona de la victoria. “Jesús prefigura por medio de los acontecimientos de su vida, aquello que nos sucederá a nosotros. Dado que Cristo soportó todas estas pruebas por nosotros. Busquen tener el mismo ardor y celo mesiánicos para obtener la misma victoria” (San Juan Crisóstomo Coment. In Mt. 13, 1-4).

Este tiempo de gracia cuaresmal nos oriente a la:

  • 1. Oración personal, meditación, contemplación, lectura espiritual, visita al Santísimo, ejercicios, retiros, días de soledad y reflexión.
  • 2. Oración humilde y confiada: como decía la madre Teresa: “soy un pequeño lápiz en las manos de Dios, Él escribe conmigo lo que quiera”.
  • 3. Oración de sacrificio y penitencia, hacer un plan cuaresmal y ver de qué me voy a privar en lo lícito.
  • 4. Fortalecer la vida Sacramental, haciendo todo lo posible por la santa misa cotidiana y la confesión frecuente.
  • 5. Incrementar nuestra dimensión de servicio a los demás: ayuda, colaboración, disponibilidad, trabajo en equipo.
  • 6. Dar limosna al pobre e indigente, a las instituciones que velan por los más necesitados; para ejercitar el compartir, desprenderse y abstenerse de algo legítimo.

Así podremos presentarnos al final de la vida, como decía una religiosa carmelita: “con la infinita paz y confianza de haber vivido siempre como hija, en el Hijo Jesucristo”. Caminemos en nuestra Cuaresma con esta paz y confianza del tiempo definitivo de Cristo “a la luz de la cruz de Jesús” (San Juan de la Cruz) en la victoria sobre nuestras tentaciones para convertir así nuestra vida en un himno a la victoria del Señor en nuestro corazón.

Amén.

Mérida, Yucatán, Febrero 5 de 2017

+ Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo Emérito de Yucatán

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