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Enojado por la censura, John Bryan abandonó el periódico al que dedicó sus mejores años. Para no ceder sus ideales y su pensamiento a los intereses económicos y políticos de otros fundó una revista de garaje.

Por cortesía, invitó a escribir a un vecino alcohólico, de 48 años, trabajador de una oficina de correos. Era un empleado de bajo rango; pasaba en silencio 12 horas clasificando cartas y paquetes de una banda interminable.

Él aceptó escribir en sus horas muertas. Total, le bastaba sentarse junto a su ventana, ingerir alcohol y dejar que su pluma fluyera como una bailarina de ballet. Llamó a sus textos "Escritos de un viejo indecente" y plasmó sus vivencias alcohólicas, sus encuentros con desconocidas y pláticas con lo que consideraba "despojos" de la sociedad. Sus letras esculpían la rabia triste de un desahuciado.

Para su sorpresa, el público se identificó con sus historias. La columna semanal, desinhibida en exceso, lo convirtió en lectura obligada en la literatura subterránea. Ayer nadie se interesaba en él y él no se interesaba en nadie. Hoy recibía cientos de cartas de desconocidos.

Sus textos eran tan obscenos y subversivos, que lo pusieron en la mira de las autoridades federales. El FBI lo investigó, lo espió, lo consideró peligroso y finalmente lo interrogó. Él explicó que escribía por simple placer una combinación entre realidad y ficción. Fue despedido de la oficina de correos pero alguien le ofreció 100 dólares mensuales a cambio de la exclusividad de sus escritos.

Así murió el oficinista Henry Charles Jr. Bukowski Fett y nació el escritor Charles Bukowski:

"Disfruto las cosas malas que se dicen sobre mí. Aumenta la venta de libros y me hace sentir malvado. No me gusta sentirme bien porque soy bueno. ¿Pero malo? Sí. Me da otra dimensión. Me gusta ser atacado. '¡Bukowski es desagradable!' Eso me hace reír, me gusta.  Sonrío más".

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