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Las ciudades prehispánicas presentan diversa manifestación espacial, como la extensión y la distribución de los asentamientos, la concentración de la arquitectura monumental, el arreglo arquitectónico de los templos y los palacios, la orientación, y la manera en que el hombre modificó el entorno natural para diseñar los emplazamientos.

Hemos observado que algunas ciudades integraron un elemento importante que, al parecer, se empleó para la protección de sus instalaciones y sus moradores. Hoy sabemos que son pocas las urbes mayas que poseen murallas de protección; en una rápida y no exhaustiva revisión entran las capitales mayas prehispánicas de Chunchucmil, Maxcanú, Muna, Chichén Itzá, Ekbalam, Aké, Cucá, Mayapán, Chacchob, Dzonot Aké y Uxmal, en Yucatán, y Tulum, en Quintana roo, rodas ellas defendidas por fortificaciones.

La primera interpretación que se da a las ciudades amuralladas es la de uso bélico y de protección contra invasiones; sin embargo, hay que considerar que la fundación de estas ciudades antiguas se hace a partir de que el hombre descubre el lugar, nunca lo escoge, ya que son espacios sagrados que se revelan ante él de alguna manera, a partir de un elemento natural, un cenote, un árbol, la orientación que da cabida a un sistema cosmogónico...

Mircea Eliade menciona que las murallas de las ciudades, antes de ser obras militares o de defensa, funcionan como parapeto mágico, porque están construidas en torno a un centro. En este sentido, en momentos de caos o críticos, la población acude en procesión y se reúne rodeando los muros de la ciudad para reforzar de esta manera el límite y la defensa mágico religiosa.

La procesión ritual a lo largo de la muralla constituye una forma mágico simbólica con ofrendas a los patronos de la ciudad a lo largo de la fortificación. Esta ritualidad es una forma de establecer una defensa y fortalecer la función de los fuertes. Es una forma de suministrar un valor mágico a la muralla para lograr establecer una barrera entre dos espacios diferentes, el interior y el exterior.

En este sentido también, la delimitación de los espacios por medio de una fortificación es la forma de construir un sitio sagrado, un entorno conformado por templos, palacios, altares y santuarios. Todos estos elementos constituyen un modelo arquetípico compuesto por un inframundo y un supramundo a partir de un punto central, en nuestro caso el ya’axché (la ceiba).

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