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En el pasado mes de febrero tuve la oportunidad de conocer la prolífica obra de Francisco Eloy Bustamante, autor de casi cincuenta títulos en los que recoge historias, anécdotas, mitos y leyendas de Sonora. Este caballero es una persona sencilla y accesible que, pese a su edad avanzada, parece no cansarse de escribir y publicar. Vende sus libros en la plaza principal de Hermosillo.

En una de sus obras presentó un interesante relato que tiene como punto central la denominada Cueva del Diablo. Esta cavidad se ubica en la cuesta del viejo camino a Puertecitos, municipio de Baviácora, Sonora, al noreste de Hermosillo, la capital del estado.

El relato dice que allá por los años treinta del siglo XX, dos hombres buscaban en los montes cercanos al lugar citado alguna mina abandonada para revisarla y encontrar algo de valor como la piedra turquesa. La vegetación cubría casi todo el terreno y era difícil avistar los detalles del área. Ramón y Lencho, así les llamaban, vieron una cavidad y penetraron al interior.

Pronto se percataron que aquel subterráneo no era un trabajo hecho por el hombre, sino una caverna natural, tétrica y con fuerte olor a azufre. De inmediato, decidieron retornar al exterior. No tenía caso seguir allí, pero cuando quisieron salir no pudieron ni siquiera despegar los pies del suelo.

De pronto, escucharon una fuerte y terrorífica carcajada que los llenó de pánico. Sintieron que sus corazones rebotaban dentro de sus pechos. Ya sabían algo acerca de la Cueva del Diablo y que era temida por los antiguos pobladores del Real de San Simón de la Cananea. Sin embargo, no se dieron cuenta cómo llegaron allí. A pesar del miedo, lograron rezar varias veces el Ave María. Pero las carcajadas siniestras no cesaban. Luego sintieron que una mano fría les acariciaba el rostro. Enfrente de ellos vieron dos luces rojizas, como unos ojos, lo que aumentó su pavor.

Ramón y Lencho lograron despegar los pies y echaron a correr sin rumbo fijo, deambularon en el monte aledaño, sin probar bocado durante varios días. Los vieron muy cerca de la Cananea Vieja pero no hablaban con nadie. Estaban mudos y muy trastornados emocionalmente debido a la espantosa experiencia de haber visto al Diablo en aquella cueva.

Al paso de los años, recuperaron un poco su estado emocional y le hicieron saber a la gente lo que les había acontecido, siempre mirando en dirección a la cueva. El relato se transmitió a las siguientes generaciones y así llegó hasta nuestros días. Ya nadie más quiso penetrar a la Cueva del Diablo, además fue clausurada con una reja de hierro. Sin embargo, no faltan algunos jóvenes audaces que, de vez en cuando, se acercan a la entrada de esta enigmática caverna, con más miedo que precaución.

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