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La emergencia sanitaria por la pandemia ha trastocado la vida de millones de mexicanos, principalmente son los niños quienes han salido más afectados por la medida de aislamiento social en casa. Aunque para ellos se implementó el programa “Aprende en Casa”, cuyo objetivo es salvar el curso escolar; millones de alumnos que viven en la pobreza extrema tendrán que esperar hasta septiembre para retornar a las aulas: el ciclo escolar se les acabó. En verdad no pasa nada, solo será un curso más corto, como ha sucedido en otras etapas de nuestra historia, por ejemplo: los paros y plantones de los maestros de la CNTE o en algunos poblados donde el crimen organizado aterroriza a la población, los conflictos internos entre pobladores de una comunidad, por citar algunos.

Claro, esta vez es diferente, es algo extraordinario, pero veamos lo positivo, pues los alumnos ya recorrían el séptimo mes del ciclo escolar, todos ellos atendidos de acuerdo con sus diversas capacidades, en especial, el alumnado con diversidad funcional. La inequidad educativa es una realidad, los padres de familia no son profesionales de la educación y, encima, por necesidad tienen que trabajar. Pensemos un poco en lo emocional, muchos alumnos han perdido a un ser querido o lo tienen en el hospital sin poder verlo. ¿Podrán concentrase ante el miedo a un virus que acecha y mata a su familia? ¿Cómo lo harían los hogares monoparentales?

Según la última declaración del secretario de Educación, Esteban Moctezuma, el regreso general a las aulas sería factible a partir del uno de junio, para el magisterio esto es una utopía, el crecimiento exponencial de los contagios lo hace inviable, no será real, habrá escuelas sin niños y maestros por más que se haga obligatorio; quieren una tercera evaluación que no penalice a los alumnos, es decir aprobarlos a todos, entonces ¿para qué exponer a niños y maestros al regresar por una evaluación? ¿Será que no entiendan que estamos en una guerra viral que cobrará miles de vidas?

Estoy de acuerdo en que las nuevas tecnologías se usen como un recurso para el aprendizaje, pero otra cosa diferente es pretender implantarla como única herramienta, cuando en la escuela pública no se emplea como metodología basada para la enseñanza y el aprendizaje virtual. No todos los maestros están capacitados en su empleo y los alumnos, ni qué decir. Ante la contingencia, todos compiten por ver quién encuentra las cosas más brillantes respecto a recursos, programas y plataformas digitales. La escuela cimenta el aprendizaje partiendo de debates, diálogos, de compartir entre el alumnado; porque en el proceso todas y todos participan, y no puede sustituirse esto por propuestas virtuales. Cada maestro conoce a sus alumnos, valora sus capacidades y alcances, sus necesidades emocionales y sus estilos propios de aprendizaje; dejemos en sus manos la acreditación del curso escolar, ellos también son humanos pero no se equivocarán. No expongamos innecesariamente al más grande tesoro que tiene un país: sus niños y jóvenes.

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