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Hay un cuento de Jalil Gibran que habla de un hombre que por fin decide enfrentar al mundo sin máscaras. Se acepta como es y así sale a la calle y por primera vez el sol toca su faz desnuda y al sentir la belleza de este contacto grita de felicidad. Todos lo ven y lo llaman loco, se asustan de ver un rostro desnudo y se alejan de él. Pero él es feliz, al fin pudo ser él mismo y decide seguirlo siendo aunque los demás no lo acepten y lo llamen loco.

Vivimos una vida de apariencias, tenemos una expresión para primeras comuniones, otra para velorios, una cara culta para cuando asistimos a un concierto. Ponemos cara de entender cuando alguien nos habla de algo que no nos interesa, y asistimos a miles de reuniones con cara sonriente aunque preferiríamos estar en casa con la familia, o al revés, nos quedamos en casa un domingo porque es lo correcto cuando quisiéramos estar viendo el partido en el club.

Pero solo tenemos una vida, y la mayor parte de ella estamos haciendo cosas que no quisiéramos hacer, y a veces cuando hacemos cosas que nosotros decidimos tenemos que hacerlas a escondidas o con vergüenza porque no es lo que la gente espera de nosotros.

Hay que atreverse a tomar las riendas de nuestra vida, llamar a las cosas por su nombre, correr bajo la lluvia si eso es lo que queremos hacer, aunque no sea lo convencional o lo correcto. Es importante considerar a los demás, seguir las reglas de la sociedad en que vivimos, pero también hay que saber qué es lo que realmente queremos, conocernos a fondo y no traicionarnos por conveniencia. Establecer prioridades y luchar por ellas y estar siempre consientes de que nuestros actos tienen consecuencias, y debemos sopesarlas antes de tomas decisiones.

En el mundo actual, la familia está pasada de moda, todos luchamos por un lugar prominente en nuestra sociedad, por el poder económico, pero el único modo de ser realmente feliz es a través del amor. Es en la familia en donde el hombre y la mujer pueden encontrar su realización personal, y es ahí, en la familia, que uno puede ser realmente quien es. Gozar con nuestros hijos y acompañarlos en los pequeños descubrimientos que hacen día con día, logrando establecer vínculos de amor que siempre nos harán sentir satisfechos. Los logros del trabajo son gratificantes, los logros sociales son agradables, pero los logros familiares son plenos y estimulantes.

Quitémonos por un día la máscara de licenciado o contador y tirémonos al piso a jugar con nuestros hijos, tiremos la máscara de la mamá perfecta y escapémonos al cine con nuestro marido. No hagamos lo esperado, quitémonos la máscara y sigamos los latidos de nuestro corazón para acercarnos cada día más a nuestros seres queridos; hay que decirles lo mucho que los amamos, lo que significan en nuestra vida y que estén siempre seguros de que ellos son el primer lugar, lo más importante; dejemos a un lado el teléfono y las redes sociales, y frente a frente hablemos de nuestros sentimientos, de nuestros sueños. Que sepan que todo lo podemos cancelar si ellos nos necesitan.

Vivamos una vida de verdad y no solo seguir existiendo sin cumplir nuestros sueños. Y cuando el calor del amor acaricie nuestro rostro sin máscaras, entonces sabremos que vale la pena que nos consideren locos.

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