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El aroma de la noche y las lucecitas encendidas traen a cuento La Navidad en las montañas, aquel delicado relato que nos invita a leer todos los años Ignacio Manuel Altamirano, para repensar, a partir de la quietud que brota de sus páginas, que el nacimiento de Jesucristo es la celebración de los afectos y el amor, sentimientos que debemos reconquistar antes de limar las asperezas que podamos tener con los que ofendimos, o con aquellos que nos hayan irritado, con los que se contrapusieron a los actos de buena voluntad, y con los que sintamos la más mínima discrepancia.

Amaos los unos a los otros, a la manera en que nos enseñó Jesús, sigue siendo el propósito inconcluso de la humanidad, sin opción diferente, en vista del grado de descomposición social y ambiental en que nos encontramos, por lo que resulta urgente caminar hacia ese principio.

En el instante que la Navidad inicia las festividades, comienza a su vez el momento en que recibiremos el regalo que ensancha la posibilidad de una tregua a través del amor, y quizás con esa pausa se pueda lograr siquiera una gota de cariño en este mar de reveses que somete al mundo.

Y lo conseguiremos no solo exonerando de culpas al prójimo, sino también cuando estemos listos para diseminar semillas de paz por donde quiera y anular de nuestros códigos la discordia y los rencores, con el fin de decirle a todos que la felicidad nace de vivir en armonía.

Si después de cada acto de amor consumado durante la Navidad consiguiéramos que se encendiera un quinqué en algún punto de nuestra geografía, sería probable que la planicie yucateca se alumbrara como la escarcha que sabiamente recreó Ignacio Manuel Altamirano dibujando La Navidad en las montañas, ejemplo que se crea como una especie de comunión entre personas diferentes e incluso opuestas entres sí.

Quienes puedan bajar los puños y abrazarse, háganlo esta noche a nombre del amor, siempre habrá suficiente lugar y afecto para todos, sin exclusiones de ninguna clase.

Feliz Navidad para nuestros lectores.

1) En La Navidad en las montañas (1871), Altamirano presenta dos figuras contrapuestas: un militar liberal, ateo, perteneciente a las fuerzas políticas triunfantes, y a un cura católico español, que se muestra un poco temeroso por la hostilidad con que suponía iba a ser tratado por el capitán anticlerical. El encuentro de los dos hombres se da en una aldea perdida en plena montaña, cuando uno va de camino hacia su curato y el otro más allá, hacia la ciudad que es su punto de destino, y les hace cambiar unas cuantas palabras como compañeros de viaje...

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