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Hace un mes las autoridades yucatecas hicieron saber que el henequén, la ancestral fibra dura que durante más de un siglo fijó los destinos económicos y políticos del estado está en la mira de China, por el interés que el gigante asiático tiene en desarrollar productos amigables con el medio ambiente, y desde luego trazar una estrategia que lo aleje del consumo de fibras sintéticas, sujetas a las oscilaciones del precio internacional del petróleo. Inclusive el titular de la Secretaría de Fomento Económico y Trabajo, Ernesto Herrera Novelo, declaró que han visitado Yucatán personas de China y de países europeos, interesadas en comprar fibra en cantidades considerables.

El nicho de mercado se antoja sugestivo, aunque debe señalarse que la prospección se ve limitada por la capacidad productiva registrada en 2019, en cuatro mil pequeños productores, cultivando igual número de hectáreas. Estas cifras son similares a las de 2013, cuando la administración estatal dio a conocer su programa Peso por peso. Y es que el tema ofrece muchas aristas para su análisis y proyección, que no debe perder de vista el prolongado intervalo existente entre la siembra de un vástago y los cortes de las primeras pencas, que es de siete años, lo que implica el pago de salarios a campesinos y demás operarios, durante más de un lustro, sin obtener ganancias. Seguramente Herrera Novelo está diseñando algún esquema económico que permita salvar este escollo.

De cualquier modo vale la pena recordar que la industria henequenera organizada, inició en 1830 con la formación de la Compañía para el Cultivo y Beneficio del Henequén, fundada por 28 personas acaudaladas de Mérida, siendo presidente Benito Aznar y secretario Joaquín G. Rejón. Esta compañía adquirió y fomentó la primera hacienda henequenera denominada Chacsinkín, a pocas leguas de Mérida, pagando por ella la suma de 838 pesos: dos y medio reales. La primera siembra fue de 800 “mecates” (32 hectáreas).

A partir de aquel año la industria henequenera inició su vida organizada, nació la primera hacienda y se marcó la decisiva significación que tendría en la vida peninsular el agave yucateco. El auge henequenero, bajo el régimen de servidumbre en las haciendas, produjo tanta riqueza como pronosticó en 1870 el obispo Leandro Rodríguez de la Gala, quien, de cara a los primeros repuntes de la fibra, llegó a aseverar que se ganaría suficiente para comprar en el exterior los alimentos que hicieran falta. Y se cumplió el vaticinio del religioso, exactamente durante los estertores del porfiriato, produciendo índices que colocaron a Yucatán como el Estado con mayores exportaciones agrícolas a través del agave. Los frutos y el beneficio de este jugoso negocio no tocaron a los mayas, ni la Revolución o la Reforma Agraria impidieron que manos sin escrúpulos acapararan las fortunas que el henequén produjo.

El actual capítulo del henequén, iniciado en el sexenio pasado y traído de nuevo a cuento por el secretario Herrera Novelo, tendrá que considerar que “la historia es la maestra de la vida”, para no tropezar con las mismas piedras.

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