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Además de responder a necesidades expresivas, las cartas han jugado un papel primordial en el amor, lo que con el paso de los años hizo que fueran convirtiéndose en un ritual de la palabra escrita, o acaso en el rito de noviciado que mejor serena los rasgos torpes del hombre, cuya esencia remite a lo que un pensador calificó como “el más alto sufrimiento humano”.

Es posible que ahora resulte menos necesario escribir largo y tendido, como se acostumbraba en el pasado, dado que el teléfono y la internet, con sus mensajes brevísimos y a veces carentes de afecto explícito, suplen el lugar que antes tuvieron los epistolarios de amor. Sin embargo, en lo particular, continúo pensando que sobre un papel en blanco, o actualmente en la pantalla plana de las computadoras, las personas somos capaces de escribir palabras y frases que, expresadas cara a cara, no fluyen con la misma facilidad, unas veces por carecer de las habilidades necesarias para improvisar una declaración de amor, y otras por retraimiento o temor a resultar ridículos.

Estas circunstancias las han aprovechado ciertos ideólogos de la decadencia, que sin ninguna sutileza están presagiando el fin del amor, como hace pocos años pronosticaron con desenfado el fin de la historia, lo cual significaría nuestro rápido ingreso a un período de bestialidad inédita, por estar instalados en plena era digital y de los rayos láser. No obstante, si se miran bien las cosas, desde que el hombre comenzó a trabajar empezó a humanizarse y ganó un peldaño cuando abrigó su desnudez y se ocultó entre los matorrales para realizar sus necesidades fisiológicas, y al fin, se acercó a su pareja impulsado por otro sentimiento que no fuera el mero propósito reproductivo. Con el paso siglos el amor se fue enalteciendo, y si bien algunas personas por momentos han deteriorado toda la grandeza que posee, a la par otras han sabido elevarlo a cimas ejemplares. Como resumen de esa hermosa dignidad humana, en sus cartas de amor, los hombres y mujeres más destacados de la historia, sin desligarse de su obra y acción fundamentales, han sabido amar con una fuerza que aún conmueve. Nelson Mandela, por ejemplo, el prócer sudafricano, siendo todavía un prisionero en la cárcel de Robben Island, escribió una carta a su entonces esposa Winnie:

“Cuando apenas habías salido de los salones de visitas, yo pensaba en ti mientras caminaba de regreso a mi celda. Me decía, allá vas como un pájaro de regreso a los árboles…”.

El amor de Mandela y Winnie alcanzó momentos culminantes, que sin duda resultaron de su lucha atormentada contra la discriminación, pero aquel romance fuerte, aquel abrazo que coronara años de entrega mutua, pronto entró en su fase terminal con el distanciamiento que entre ellos sobrevino. Sus cartas de amor, sin embargo, sobrevivieron a todas las tempestades y quedaron como testimonio de la devoción y la libertad que un día los unió en la extensión de los sacrificios mutuos. ¿Ha escrito usted alguna carta de amor? Si no lo ha hecho, apresúrese a escribirla pues éstas suelen perdurar más que los besos y las caricias.

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