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En mayo cada jornada se conquista con su propia apetencia, aunque de cualquier manera el misterio sigue residiendo en descubrir los mejores cauces antes de que caiga el sol. Ya se sabe que los crepúsculos de mayo tiñen el atardecer en toda su extensión, y si bien las manecillas del reloj señalan una hora que pudiera indicar, por ejemplo, las siete de la noche, la oscuridad seguramente llegará retrasada brindando el margen necesario para que cada cual encuentre el mejor camino para aferrarse a su noche y acomodar las estrellas en la órbita de su mirada. Mayo en este sentido, y en otros que podremos ir descubriendo los que asumamos la plenitud de sus virtudes, y hasta las incidencias que ofrece, es un mes que cautiva por sus propias aspiraciones, por su alcance inadvertido y desde luego por la variedad de fechas memorables que contiene en sus días. Mayo tiene elementos que resultan un tanto imprecisos, dado que soplan donde y cuando quieren, como lo hace el viento. Por eso encarna la diversidad precisa: la lucha y defensa de los obreros, la resistencia de México contra Francia en la Batalla de Puebla, el festejo de las madres, de los profesores, por supuesto la trágica caída en combate de José Martí y otros quebrantos. Pero mayo, digámoslo sin rodeos, pertenece a todos y no solo al que suscribe su interés en alguno de estos acontecimientos destacados o en la vida cotidiana, como fecha digna de recordar.

Quizás puede parecer que reparamos demasiado en el hecho de expresar que en mayo cada jornada se conquista con su propia avidez, y con la variedad de senderos que simbolizan las fechas memorables que se recuerdan. Sin embargo, hay un fondo diferente que obliga a mirar un camino más homogéneo, más uniforme, y es el que nos conduce al mismo calor producido por el sol en su cúspide, al pasar el mediodía, y a la ansiedad colectiva producida por la ausencia de las lluvias. Las quemas del monte, las rogativas al dios Chaac y el color pajizo que cubre los suelos yucatecos son el reverso de la fascinación que produce la variedad de sucesos y la avidez personal que atañen a este intensísimo mes. Puestas las cosas en la balanza, mayo resulta un mes anunciador, donde la diversidad de aspiraciones confrontadas con la certeza del calor y la ausencia de lluvia produce fidelidad, ayuda a unos y a otros a brindarnos un vaso de agua que mitigue por unos segundos la crudeza del bochorno y de la sed. Las miles de botellitas que en el presente se venden como un aventajado negocio, contra la costumbre de obsequiarnos un vaso de agua fría en los antiguos cafés de Mérida, debiéramos frenarla un poco, tratando de recuperar el hábito de ofrecer agua a los sedientos que transitan por la deforestada capital, y de paso restituir la maravilla de mirar mayo en la pluralidad que conquista la avidez de cada jornada. A fin de cuentas, mayo con su trascendencia y demarcaciones no es sino el racimo de flores que crece en medio de la peor sequía para regalarle al amor o contener las penas de alguna congoja.

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