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Los estudiosos de la cultura griega en los tiempos clásicos mencionaban un relato sobre un ser pavoroso que emanó de un castigo divino. Según Emeterio Zorazu Ugartemendia, hubo una reina frigia llamada Lamia. Se dice que era bellísima y en algún momento de su vida se enamoró de ella Zeus. Hera, la primera y auténtica mujer del señor del Olimpo, movida por los celos y el odio, hizo desaparecer a cuantos hijos tuvo Lamia con su divino esposo. Ésta, dominada por un deseo de venganza feroz, se dedicó a dar muerte a todos los niños que caían en su poder, convirtiéndose en una amenaza para las criaturas de corta edad en Europa, incluido el País Vasco.

Como cualquier otro mito, Lamia adquirió sus particularidades en el territorio vascuence. Con base en las fuentes de Zorazu, este ser tiene el cuerpo de mujer, pero sus pies son como de gallina, de pato o de cabra. En la costa las lamias también tienen forma femenina pero de la cintura para abajo lucen una cola de pez como se le ha descrito a las sirenas en el Medioevo.

Las lamias viven en cavernas, aunque se les pueda ver en muchas partes. El autor menciona algunas grutas en las que viven lamias: Maltso en Borda (donde las lamias poseen tesoros), Zugarramurdi (lugar de concentración de brujas) y 20 cavernas más.

Las principales ocupaciones de las lamias son hilar con rueca y huso; construir dólmenes, puentes, casas, castillos e iglesias. También lavan la ropa por las noches y se alisan el pelo con peine de oro, que es su objeto precioso. Se alimentan de pan, cuajada (leche solidificada), leche, sidra y otros elementos que sus devotos les ofrecen.

Por todo el País Vasco se cuentan relatos acerca de las lamias y se observa que están vinculados con la vida cotidiana. Por ejemplo, un muchacho estaba muy enamorado de su novia pero la tuvo que dejar pues se percató de que tenía patas de pato, signo de que era una lamia. Un pastor, a quien perseguía una lamia antes de la medianoche, le ofreció un cuenco de cuajada que ella tomó y cuando el reloj del pueblo tocó las 12 horas, él quedó a salvo. Dicen que un campesino llamado Txilibistro consiguió atraer a una lamia muy parlanchina ofreciéndole leche recién ordeñada. Al ingerir la bebida, sintió un gran placer y le reveló al buen hombre que todas las lamias del valle se alejarían de la región si él conseguía pasar por los arroyos del valle de Arratia un arado tirado por dos novillos nacidos en la noche de San Juan. El procedimiento era muy difícil pero, por lo visto, el hombre logró hacerlo porque después todas las lamias se fueron definitivamente del valle en dirección a las cuevas de Gorbea, donde establecieron su nueva residencia.

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