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Cuando Zeus conoció a Lamia, la reina de Libia, era la mujer más hermosa del mundo. Tenía una larga y rubia cabellera, grandes ojos verdes y su cintura esbelta, a pesar de los varios hijos que ya había tenido. Su voz era encantadora y de su cuerpo emanaba un delicado perfume de jazmines. De inmediato se volvieron amantes, según la versión de María García Esperón, Aurelio González Ovies y Amada Mijangos.

Pero cuando la esposa de Zeus, Hera, descubrió la infidelidad, castigó a Lamia convirtiéndola en un pez de la cintura para abajo. Ordenó que raptaran a sus hijos para que no los volviera a ver. Además, la condenó a que su cuerpo emitiera un olor fétido. A pesar de ser la reina, Lamia se convirtió en una persona insoportable por su mal olor y su desagradable aspecto.

Lamia renunció a su reino y fue a esconderse en los bosques cercanos. Las condiciones de su cuerpo le exigieron cambiar sus hábitos alimenticios. Cuando era humana tenía una dieta sana basada en legumbres y carnes magras; pero su reciente transformación la había hecho desarrollar cierto gusto por beber sangre.

Cuando vagaba por los bosques, atrapaba a algún cervatillo, le clavaba los dientes y, sin matarlo, succionaba un poco de su sangre; con eso quedaba satisfecha. A veces emitía unos gritos espeluznantes en las noches de luna llena. Las madres de los niños rebeldes aprovechaban decirles a sus hijos que, si no se comportaban, Lamia vendría por ellos.

La terrible mujer ya había probado también la sangre humana y le agradó; luego encontró la manera de obtenerla. Con la belleza de la parte superior de su cuerpo conseguía tal propósito. Esperaba en los caminos a que pasara algún hombre joven y cuando esto ocurría, con la mejor de las sonrisas, le pedía que le acompañara a su cueva, pues necesitaba ayuda para sacar una gran araña que la amenazaba. El hombre, fascinado por los verdes ojos de Lamia, aceptaba la propuesta.

Ella se mantenía a cierta distancia para que el caminante no percibiera su mal olor, al mismo tiempo, contoneaba sensualmente su cuerpo y le coqueteaba al incauto. Al llegar a la caverna, Lamia le servía una bebida al joven y le decía “toma esta copa y luego me sacas la araña”. Muy pronto, el muchacho caía en un profundo sueño por el narcótico contenido en la bebida. Entonces, ella aplicaba sus afilados dientes sobre el cuello del durmiente para succionar su sangre.

Ya satisfecha, se marchaba sigilosamente para ocultarse en algún oscuro rincón del bosque. Cuando el joven despertaba se sentía mareado por el narcótico y débil por la extracción de sangre. Apenas recordaba que una mujer le había pedido ayuda para sacar a una araña de una cueva. Lamia fue entonces la primera mujer vampiro.

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