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Según Luis Rosado Vega, célebre escritor yucateco, el K’aak’asba’al es un ser maligno que puede ser destruido, siempre que su atacante sea un espíritu superior a él y de carácter benéfico. Para reafirmar su argumento, escribió el relato del cenote llamado Sak Ja’, que en español significa agua blanca.

Se cuenta que, en algún lugar del Mayab, hace cientos de años, las aguas de un cenote fueron notablemente claras y por esta circunstancia se le puso el nombre. Además de ser cristalina el agua, había una claridad misteriosa en el interior de la bóveda que nadie podía explicarse dado que los lugares subterráneos generalmente son muy oscuros.

Los habitantes cercanos sospechaban que aquel sitio estaba embrujado, pues mucha gente había desaparecido en él. Se cuenta que, cuando un caminante pasaba cerca, era atraído irresistiblemente para entrar en la caverna. Algunos podían vencer la tentación, pero la mayoría sucumbía a la curiosidad y penetraban a la cavidad. Nunca más volvía a saberse de ellos. Las desapariciones fueron tan frecuentes que algunas personas se fueron a vivir a otros lugares.

Un día, un leñador se acercó al cenote maldito y, a punto de penetrar, vio venir a caballo a un viejo de cabellos canos y rostro venerable, quien le habló para advertirle que no entrara, pues un espíritu maligno se había apoderado del sitio desde hacía muchos años. Aquella claridad que iluminaba el interior provenía de los ojos ardientes del K’aak’asba’al.

Sin más explicación le dijo al leñador que cortara una rama del árbol chakaj y donde quedara el corte hiciera una cruz con su machete. Terminado esto el hombre se la mostró al anciano y éste la tomó. Rosado Vega aclara que del chakaj se obtiene una fibra muy resistente y que sirve mucho a los campesinos para matar serpientes azotándolas con ella.

Seguidamente dijo al leñador que regresara por el camino donde vino y, al llegar al cuarto de legua, se detuviera sin tratar de saber lo que iba a ocurrir. También le hizo notar que, así como la curiosidad causó que estuviera a punto de perecer cuando quiso entrar a la caverna, ahora también peligraba si no hacía lo que el anciano le estaba ordenando. Le repitió que retornara por su camino y cuando hubiere llegado al cuarto de legua, detuviese su marcha. Que se abrazara firmemente del tronco de un árbol grueso. Finalmente agregó: tú no preguntes nada, haz lo que te he dicho, por tu propio bien.

Atemorizado, el leñador cumplió con todas las indicaciones. En su retorno vio cómo los animales salvajes procuraban refugiarse en lo más profundo del monte. Preguntó a uno de ellos qué iba a suceder y éste le contestó contundentemente: Obedece, así como lo hacemos nosotros. Presentían que algo terrible estaba a punto de ocurrir (Continuará).

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