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Tengo un amigo que se deja el cabello largo, le gusta usar ropa de colores, a veces se pinta las uñas, y últimamente se hace un par de colas a los lados de la cabeza. Nunca imaginamos que su forma de peinarse generara reacciones adversas a su persona, principalmente por algunos hombres que lo miran con disgusto y rechazo. Su andar en la calle se ha visto violentado por los gritos de “chilindrina”, “nenita”, “guapa”. Él no responde a esos comentarios, pero siempre se pregunta: ¿Por qué alguien necesita gritarle a un hombre por la forma en que se peina? Nosotras las mujeres podemos peinarnos como nos gusta, por supuesto, esto no exenta que alguien nos grite o se burle por cómo lucimos; digo, si hay quien dice que el abuso sexual depende de la ropa que nos ponemos, ¿por qué no habría otros que digan lo mal que lucimos con la ropa que nos hace sentir bien? No me extrañan los señalamientos a todo aquel que luce “diferente”, aunque sea en pequeños detalles. Hay algunos muy dispuestos a recordarnos que hay cosas de hombres y cosas de mujeres, que son reglas y protocolos que no pueden romperse, de hacerlo merecen escarnio, castigo e incluso abuso.

En medio de la disputa por un Emiliano Zapata afeminado, montado sugestivamente en un caballo y con zapatos de tacón, vuelvo a pensar en cuán convencionales y conservadores podemos ser. Las quejas son porque nos metemos con el héroe, aun cuando se rumoraba que Zapata se dejaba querer por otros hombres. La imagen afeminada del Atila del Sur encendió las redes, generó disputas irracionales y argumentos sin sentido. No obstante que este año, por ser el centenario luctuoso de Emiliano Zapata, los moneros y diseñadores han jugado con su imagen generando provocativas caricaturas del héroe; todas son válidas y divertidas, menos las que se atreven a mostrar al macho sexy de la revolución como un hombre entaconado. Es curioso que a cien años de su muerte, Zapata genere una revolución virtual en la que la homofobia muestra su lado mexicano.

¿Quién ganará el debate? Quizá ganemos todos si hacemos conciencia de qué es lo que nos ofende. Por cierto, mi amigo el que usa colas me contó que en medio de los gritos y burlas que sufre por su peinado, una niña se le quedó mirando y le dijo a su mamá: “Mira mamá, él se peina como yo”, para luego regalarle una gran sonrisa a mi amigo, mostrando con ello que la discriminación no es algo natural en ningún ser humano, es algo que se aprende, que se repite por los siglos de los siglos y que estamos a buen tiempo de cuestionar nuestros discursos y trato a los otros.

Quizá así aprendamos a respetar la identidad y la individualidad del otro, quizá así dejemos de ser despectivos con aquel que se arriesga a lucir diferente, porque como dijo el sabio maya: “Todos somos iguales por eso tenemos derecho a ser diferentes”.

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