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En estos tiempos en que nos acercamos más a la reconstrucción de nuestras vidas en semejanza a lo que fueran antes de la hecatombe, en el vaivén de la sobrevida que por momentos nos aturde-desespera y a la vez nos regresa a los instantes de esperanza suspirando porque lo aciago del presente se marche, no es posible evitar la añoranza con atisbos de nostalgia de los días placenteros en que abarrotábamos los cafés efervescentes con discusiones de los sucesos cotidianos y mundiales, aquellas horas compartidas entre amigos, camaradas y comensales repletas de anécdotas reiteradas y noticias frescas que nos hacían sentirnos parte de algo, jornadas que ahora regresan fragmentadas por la ausencia de quienes nos dejaron y por los avances modernizantes que se llevan los viejos rincones del brebaje suplantados con nuevas formas de consumir aromas industrializados.

La distancia impuesta por la tragedia ha repercutido en los sentidos, la soledad ansiada por los afectos a la lectura y la escritura se convirtió en norma, disipando el placer que provocaba, de ambulantes por las calles repobladas; vuelve el imperante deseo de aquellos viejos rincones de intimidad en los que sin pudores se plasman las ideas, los sueños y temores, pues ahora más que nunca necesitamos reflexionar sobre el porvenir de la humanidad, y es que en estos días ha quedado en evidencia la imposibilidad humana de salir adelante abandonado de sí mismo; la socialización es el elemento objetivo que fortalece las subjetividades particulares y colectivas, sin ella no existiría nunca el nosotros.

Desde la ventana del café se observa el andar humano, proletarios y desposeídos van rumbo a la faena o a sus hogares, cargan en la espalda el duro peso de las sociedades que forjan con su fuerza de trabajo, expuestos por olvido y/o intereses impropios que condicionan la existencia; en sus rostros se observa más que simples expresiones, llevan consigo el futuro del mundo, describirlo es urgente puesto que somos testigos de los relámpagos definitorios que están pariendo una nueva era, más humana o quizás absolutamente profana. ¿Qué tanto podemos hacer desde el rincón propio?, no concibo de principio una mejor respuesta que contribuir a formular la conciencia sobre el entorno cuestionando lo existente y aquello a lo que hemos de volver si somos inconscientes; lo trágico de estos tiempos en los que extrañamos nuestros sitios preferidos y los rumores comunes de la vida hace necesario atrevernos a mirar y mirarnos desde los rincones de los cafés y de los seres humanos.

El reflejo que advertimos temerosos de reencontrar caracterizado por los padecimientos mundanos ronda junto a la inconsciencia, si le permitimos su retorno habremos de padecer otras épocas en que la desgracia, el egoísmo y la codicia nos arrojaron al rincón oscuro por el que andamos; observar indiferentes es contribuir al fortalecimiento del infortunio colectivo, porque lejos de aquellos rincones del confort de los viejos cafés que añoramos, transitamos por una profunda caverna humana, ya sea para la aceptación del final o para la generación de otra oportunidad que nos lleve a un mejor mañana.

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