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Latinoamérica está viendo un otoño caliente: en el Ecuador, manifestaciones para exigir la salida del presidente Lenin Moreno; en Chile, las protestas están en busca de lo mismo contra Sebastián Piñeira; en Colombia, se está fraguando un movimiento similar; Jair Bolsonaro, en Brasil, también se enfrenta a manifestaciones y la salida de la cárcel de Lula potenciará ese ambiente seguramente.

Sin embargo, la diferencia la hace Bolivia, ante el involucramiento de las fuerzas policiales y militares, que tomaron partido y apoyaron logísticamente los actos de violencia de los opositores contra los domicilios de funcionarios del gobierno de Evo Morales, a quienes obligaron a renunciar y horas después, el mismo presidente, salió en TV presentando su dimisión.

En el caso bolivariano, el problema es relativo al porcentaje de diferencia con las que Evo Morales declaró haber ganado las elecciones en ese país; la mayoría de las comunidades alejadas en la sierra son donde MAS -partido de Morales- obtiene su apoyo; la paquetería electoral tardó 5 días en llegar, lo que generó molestia por parte de la oposición; sin embargo, ante el desacuerdo electoral, Evo Morales accedió a que la Organización de Estados Americanos (OEA) interviniera para establecer legitimidad al conteo de los votos.

Pero fue la propia OEA la que generó las condiciones propicias para la consecución del golpe de Estado; la comisión auditora de esta organización ensució más el proceso al dictaminar que “no era creíble que existiera un 10% de ventaja en el conteo final”, lo que fue el banderazo de salida para la asonada.

La opinión generalizada, en el ámbito académico y diplomático de la OEA, desde hace muchos años, es que “no sirve para nada” y para otros que es solamente un instrumento de control regional de los Estados Unidos; ahora se reconfirma esa opinión, ya que, en los conflictos de Chile y Ecuador, su participación ha sido para apoyar a los gobiernos de esos países -adictos a los intereses estadounidenses- y en el caso de Bolivia actuó en sentido opuesto.

Desde la fundación de la OEA, en 1948, se han producido los siguientes golpes de estado: Venezuela (1948, 1959); Perú (1948, 1962, 1963, 1968, 1975 y 1992); El Salvador (1948, 1960, 1961 y 1979); Cuba (1952, 1959); Colombia (1953); Paraguay (1954, 1989); Argentina (1955, 1962, 1966, 1975 y 1976); Honduras (1956, 1963 y 2009); República Dominicana (1963); Ecuador (1963, 1972, 2000 y 2005); Brasil (1964, 2016); Panamá (1968, 1989); Bolivia (1970, 1980 y 2019); Uruguay (1973); Chile (1973); Haití (2009) y muchos otros intentos.

La OEA traicionó a la Argentina, durante la guerra de las Malvinas -1982-, cuando no activó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, aunque se cumplían todas las condiciones; en materia de derechos humanos, Estados Unidos no reconoce el Sistema Interamericano de Derechos Humanos de la OEA, situación por la que impone condiciones vejatorias a los migrantes; y a través del bilateralismo somete las políticas de países con ese problema.

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