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Generó gran cantidad de comentarios la propuesta de El Rufián de mutilar a los ladrones. Incomodó a muchos, hizo reír a más, entusiasmó a demasiados y dejó indiferente a la mayoría. El candidato en cuestión no tiene ni la más remota posibilidad de alcanzar el cargo al que se postula, y él lo tiene perfectamente claro, su papel en la campaña es otro; pero, más allá de lo electoral, el efecto de su oferta es preocupante.

Durante las últimas décadas, en las que el enriquecimiento ha sido elevado a la cúspide de la realización humana, viejos consensos sobre lo que las relaciones entre las personas deben ser van siendo soslayados. La idea de que la sociedad debe funcionar para que un puñado de sus integrantes concentre la riqueza nacional a cambio de la miseria de la mayoría es una negación brutal del postulado del siglo XVIII según el cual todos los hombres son iguales. El problema no es que se acepte la existencia de diferencias económicas entre las personas, lo es que se asuma como objetivo social garantizar a unos cuantos tener más de lo que es posible disfrutar, asegurando al tiempo que existan millones que viven el día a día sin tener siquiera la certeza de que podrán comer. Una sociedad que antes y con mucha mayor urgencia da garantías a quienes se enriquecen desmedidamente que a quienes están urgidos de lo más elemental de ninguna manera considera que unos y otros sean iguales.

Este desprecio por lo humano es el mismo en el que se funda la fobia contra garantizar los derechos de los sospechosos de cometer delitos, la idea de que es legítimo sacrificar inocentes a cambio de cazar culpables, la justificación de la tortura como medio para obtener información, el desprecio a la destrucción ambiental, la militancia furiosa por lograr que los homosexuales no tengan los mismos derechos que los heterosexuales, la convicción de que los indios deben perder sus lenguas, de que las violadas se lo buscaron, de que no hay forma de criar a un niño sin violentarlo físicamente y de que cada quien debe tener el derecho a matar a cualquiera que entre sin permiso en su propiedad.

El candidato en cuestión afortunadamente no va a ganar, pero la reacción, y la falta de ella, de la sociedad, revela la degradación que lo humano tiene en nuestra escala colectiva de valores. Si algún candidato hubiera amenazado con expropiar cualquier industria, la indignación social hubiera invadido las redes, sin embargo, cuando un demagogo promete mutilaciones, algo superado por México desde su nacimiento, el respaldo ciudadano lo lleva a ratificarse y a proponer restablecer la pena de muerte.

Este es el electorado que habrá de elegir presidente.

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