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En los primeros cuatro meses de este año más de mil mujeres fueron asesinadas en nuestro país; nos encontramos en el primer lugar de feminicidios en toda América Latina; este primer cuatrimestre fue el más violento en la historia moderna de México: cada dos horas y media una mujer es asesinada, víctima de la violencia de género, miles son golpeadas, violadas, maltratadas a niveles en donde su moral está tan baja que muy pocas llegan a tener la fuerza para denunciar, y cuando lo hacen son revictimizadas por un sistema judicial que no les cree, que cierra los ojos, que las responsabiliza por su situación de violencia.

Las mujeres viven a diario situaciones que los hombres ni siquiera podemos imaginar, para nosotros caminar en la calle es algo que significa muy poco, para la mayoría de las mujeres significa tener miedo constante a que las violen, torturen o maten, solo por el hecho de ser mujeres; para nosotros estacionarnos en un subterráneo no amerita pensar en nada más, para ellas amerita pensar a qué hora saldrán de la plaza a buscar su auto o si lo harán solas, por el miedo constante de que algún hombre se aproveche de ellas en la oscuridad y la soledad de ese espacio.

Si tomamos el transporte público no tenemos de qué preocuparnos por el tipo de ropa que usaremos, mientras que ellas tienen que planear su vestuario, no por una razón estética, de moda o vanidad, sino por el miedo constante a que su vestimenta sea el “pretexto” para que les griten un piropo no solicitado, las manoseen o se aprovechen de ellas.

Las mujeres han salido a las calles a manifestarse para que no las violen, no las golpeen y no las maten, salieron a exigir algo que ni siquiera nos deberían de pedir a la sociedad y al Estado; como hombres no tenemos el más mínimo derecho, ni la calidad moral, para juzgar o cuestionar lo que ellas han hecho, porque han llegado a ese punto debido a que las manifestaciones pacíficas no han servido para absolutamente nada; no tenemos el derecho, simplemente porque no hay manera de que sintamos lo que ellas sienten a diario, y sí debemos indignarnos y alzar la voz junto con ellas, permitirles luchar en sus espacios y entre ellas, hacernos a un lado, apoyarlas desde nuestras trincheras.

Buscando llegar a un modelo de país donde los estereotipos, prejuicios y discriminación se borraran tan fácil como la pintura; y si lo que se necesita en México para que mi hermana, mis primas, mis amigas u otra mujer sean violada, desaparecidas o asesinadas es que pintemos las paredes mentales del machismo, que rompamos los vidrios de la impunidad y que caigan todos los monumentos históricos, entonces ¡que caigan todos!

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