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Comenzó el verano y con él una de mis estaciones favoritas del año, porque son las vacaciones largas, porque en esta parte del mundo todos tratan de huir a la playa a mitigar el calor, porque disminuye el tráfico, además de que comienzan las lluvias.

El día con más luz apareció la semana pasada con el solsticio de verano, lo que provoca que tengamos el día más largo y la noche más corta en el hemisferio norte, los ingredientes perfectos para que nos dejemos llevar un poquito más.

El único asunto es que comienza la época más impuntual del año porque el tiempo se hace nada cuando pareciera que todos estamos a gusto, mucho más relajados.

La playa queda 30 kilómetros al norte, con más vías para llegar a reunirte con más amigos, en pos de la familia, a desconectarte un rato, a recordar los tiempos es los que la hora y la responsabilidad no eran tus mantras diarios.

Y es que es más atractivo quedarte en una larga sobremesa y retrasar la llegada a la oficina, a la cita con el médico o hasta la función de cine cuando estamos en esta época de riego.

La semana pasada una amiga me contaba que había decidido establecer todas sus citas media hora antes de la real y así vivir con la tranquilidad de estar a tiempo a donde fuera porque el tráfico en Mérida ya no es como antes y tiene razón.

Dice que llega hasta al doctor sin estrés y es cuando sus análisis médicos salen con resultados reales y no alterados por los nervios que la llevaron histérica a la consulta a la que llegó tarde.

Ese mismo engaño o rutina, vamos a ser amables, llevo en mi reloj aumentando quince minutos más para estar a tiempo en todas partes y me funciona, lo más gracioso es que mis celulares (uso dos) tienen la hora correcta, pero hasta el minutero del auto está adelantado.

Creo que para ser puntual hay que ser conscientes de que personas, eventos, reuniones, actividades o citas tienen un grado particular de importancia… Lo más grave de todo esto es que hay quienes ya se distinguen por su impuntualidad o la facilidad con la que cancelan una cita que habían solicitado a propia conveniencia. Nos volvemos tan permisivos con nosotros mismos que en los tiempos del internet, donde casi todo se soluciona con un dispositivo inteligente, la agenda y el reloj se quedan en el olvido.

Yo amo el verano, no se confundan, porque recuerdo los días lacios donde la única preocupación era ir caminando al centro de Chelem a comprar tortillas, lo cual era una obligación, pero que servía de pretexto para llevar las reservas necesarias para la tarde: huayas, chile molido, limón, globitos, quizá bizcochitos y por supuesto merengues.

Sin embargo, me preocupa pensar en la cantidad de dinero que se pierde mientras llegamos tarde a todas partes.

Yo aprovecho que es lunes para adelantar mi reloj y llegar a tiempo en busca de otros que, como yo, disfruten de vivir el verano. ¡Que sea feliz

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