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Cada época de la humanidad ha tenido diferentes guías que han determinado su curso a lo largo de los años, los días actuales no son la excepción; lo que no queda del todo claro a cada uno de nosotros es cuáles son las guías de nuestros días, probablemente no sea una a la que le dediquemos mucho tiempo de reflexión; actualmente se pueden observar tres guías generales que conducen el actuar de nuestras sociedades, en realidad parecen tres cánceres que están devorando continuamente todo lo que de bueno tiene este mundo.

El primero sería la autoexplotación como parámetro único de una vida exitosa; en otros momentos de la historia el poderoso tenía que utilizar la fuerza para con violencia explotar al débil, algo ha cambiado en nuestras sociedades, somos ahora nosotros mismos quienes nos autoexplotamos inmisericordemente en beneficio del que tiene el poder y llamamos a eso eficiencia, productividad, profesionalismo; quemamos toda nuestra existencia en aras de la productividad, como si el ser humano no valiera por más que lo que produce. Nos atrevemos incluso a llamarle vida, como si el único sentido de la vida fuera producir, equiparamos la valía humana con la productividad, no existe nada más conveniente que un ser humano explotado y plenamente convencido de que eso es bueno para él.

No podría existir una sociedad en la que la producción se impulsara a través de la firme idea de que cada integrante debe autoexplotarse al máximo en beneficio de la producción si no existiera quien consumiera lo producido; es indispensable entonces que, al mismo tiempo que nos sacrificamos por producir, consumamos también de la manera más brutal posible, el consumo es otro cáncer del mundo. Estamos condicionados a consumir, después de producir, la actividad más importante se ha vuelto consumir, consumimos no sólo alimentos, sino modas, creencias, tipos de educación, incluso llegamos a consumir amigos por cada una de las etapas de nuestra vida.

Finalmente, el esclavo requiere de alguna satisfacción para poder vivir produciendo y consumiendo, hay que hacerle creer que su vida es realmente maravillosa, sentir que todo está bajo su control y voluntad, decirle hasta el cansancio que él es lo más importante, que antes de pensar en los otros, antes de amar a los otros, se tiene que amar a sí mismo, que en todos los casos primero él, después y de último él; para él todos los placeres son permitidos, todos los caprichos autorizados, sumirlo en una autoadoración que le permita sentirse el rey de todo, cuando es sólo el infeliz poseedor de la nada.

Así avanzamos por el mundo autoexplotados, consumiendo lo que se nos ordena y adorándonos a nosotros mismos, como si éstas fueran las mejores maneras de vivir la vida. Triste humanidad la de hoy.

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