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Vivimos en un mundo con una dinámica casi pavorosa, parece que todo tiene que ser rápido, muy rápido, las comunicaciones tienen que ser prácticamente instantáneas para que nos sintamos satisfechos con ellas, los procesos para la producción de alimentos aceleran el crecimiento de vegetales y animales permitiendo su consumo a la brevedad, las dinámicas de elaboración de producción de electrodomésticos, los servicios médicos y educativos, todo parece acelerarse sin medida, incluso la moda, el cine y la música marchan a un ritmo cada vez más acelerado, cambiando sus temas y expresiones día a día, terminamos en medio de una realidad en la que lo que hoy es, mañana ya no lo será.

Nos levantamos por las mañanas, después de un baño, nos vestimos y desayunamos, nos lanzamos al ajetreo diario, ya sea en el trabajo o la escuela, después de un sinfín de actividades durante el día, acabamos las más de las veces tan cansados por la noche que apenas acertamos a meternos en la cama y a tratar de organizar nuestras actividades del día siguiente.

Lo verdaderamente preocupante no solo es la frecuencia con que esto nos está ocurriendo, sino la gran cantidad de personas que envueltos en esta dinámica, ya sin prisas, sin la necesidad de vivir persiguiendo el mañana, podemos entonces reflexionar sobre esa loca carrera a través de los años de eso que llamamos vida, con seguridad más de uno se llevará la desagradable sorpresa, de haber pasado muchas décadas sin haber encontrado el sentido de su vida.

Porque verdades tan importantes y definitivas podrían parecer ser fácilmente alcanzables, pero la realidad es que requieren una amplia reflexión sobre nuestro propio ser, nuestras motivaciones, esperanzas y deseos; siendo una búsqueda tan íntima y particular, no es posible esperar que las respuestas se encuentren en cualquier tienda de la esquina, ni tan siquiera que otros nos proporcionen opiniones maquiladas por ellos, higiénicamente empacadas y listas para ser consumidas por nosotros sin esfuerzo alguno, en verdad nuestras respuestas las tendremos que arrancar con las uñas a cada una de los momentos de nuestra vida.

Al final, como escribiera Viktor Frankl, el hombre en busca de sentido, es aquel que encuentra la razón de su existencia, el que se puede explicar a sí mismo para qué vive, tarea a la que hay que dedicarle tiempo, corazón, esfuerzo y una profunda reflexión, porque la alternativa de no hacerlo, es acabar casi como cualquier animal condenado a la existencia y arrojado a la vida, pero sin poder darle sentido, simplemente consumiendo las horas que tenga hasta que la existencia se le acabe.

Si nos dejamos seducir por la vorágine de lo urgente y marchamos por la vida bajo la dictadura del deseo de lo rápido e inmediato, probablemente nunca tengamos el tiempo para encontrarnos a nosotros mismos, saber quiénes somos y qué hacemos aquí, para poder abrazar con regocijo nuestra vida.

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