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Era el año de 1984, cuando joven viví la agonía de mi abuela; enferma de Parkinson durante años, había sobrellevado la enfermedad con entereza. Entre aquellas cosas que mi abuela prefería hacer se encontraba lavar los trastos después de comer; años sin fin así lo hizo, pero llegó el momento en el que la enfermedad que le causaba convulsiones en las manos le impidió cumplir esa tarea.

Cualquier otro podía haber lavado los platos, pero ése era su dominio y no permitía que nadie más lo hiciera. ¡Bendita doña María Mendoza que nos enseñó el camino!, nos mostró cómo vivir la vida hasta el final, pues solo en sus últimos días lloró ante el deterioro de su cuerpo, pero nunca, ni entonces, la escuché quejarse de lo que le sucedía. Recuerdo vivamente la mañana en la que una religiosa me pidió pasar a despedirme de ella, había fallecido en la madrugada, pero nos había dejado su cuerpo para recordarla; la vi con una expresión de serenidad que pocas veces le miré en vida, se había ido en paz y con calma.

Hace un par de días una amiga me avisó que le encontraron cáncer de próstata a su hermano y, después de la sorpresa inicial, su familia y amigos lo han cobijado y a ella sus amigos le han brindado innumerables muestras de cariño y solidaridad. Es interesante que muchos de nosotros marchamos como invulnerables por la vida con la seguridad de que nada nos ha de pasar.

Sostenemos en muchas ocasiones una actitud casi de frialdad ante el dolor ajeno, nos podemos condoler cinco minutos por haber visto en el noticiero el sufrimiento de centenares de niños por alguna epidemia, pero inmediatamente después nos enfrascaremos en nuestro trabajo.

San Camilo de Lelis, santo italiano, tuvo una especial predilección por atender a los enfermos, tanto que fundó la Orden de los Camilos, que atiende a enfermos en hospitales. Se cuenta que, siendo un hombre corpulento, en alguna ocasión caminando de una ciudad a otra iba con uno de sus seguidores y ante el fuerte sol Camilo le dijo: Yo soy de mucho mayor tamaño que tú, así que caminaré de tal manera que mi sombra te proteja de los rayos del sol. Así fue como llegaron a su destino y así era el alma del santo que en las cosas más pequeñas, como regalar una sombra, siempre pensaba en la necesidad del otro.

La enfermedad de cualquier tipo nos puede ser muy educativa si la afrontamos con el espíritu adecuado; podremos apreciar el gozo que se tiene al levantarse feliz, sano y completo por las mañanas, disfrutar de la brisa, la arena en los pies, la voz de tus hijos, la dicha de poder ver a la familia. Que nuestros pequeños dolores nos hermanen con los que sufren mucho más y no tienen la suerte de sentirse afectados de una simple gripe; en la enfermedad también hay vida y mucha.

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