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La producción que avanza a pasos agigantados y el desarrollo de nuestra civilización de consumo han producido en nosotros la compulsión por adquirir todo aquello que podamos; sin embargo, surgen propuestas de muy diversos rincones de la geografía planetaria para evitar el avasallamiento del ser humano por lo material, legítimas preocupaciones por rescatar la parte espiritual, emocional y psicológica del hombre, cada vez más rezagada.

Nuestra sociedad siempre encuentra la manera de comercializarlo todo, esta preocupación también se ha convertido en una mercancía más, que se puede ofertar a través de todos los medios imaginables, surgiendo una enorme industria del desarrollo humano, de filosofías orientales y muy variadas propuestas más, que han invadido las estanterías de las librerías. Lo interesante de esta situación es que algunas de estas propuestas nos dirigen de la soledad emocional del consumidor compulsivo a la soledad emocional del superdotado espiritual y psicológico.

La necesidad de afirmación del yo ante la ola de materialismo despersonalizante que nos invade generó un afán por afirmar de tal manera nuestro valor y autoestima, que nos hemos dirigido al otro extremo del péndulo; un gran número de propuestas han endiosado de esa manera la autoestima y la afirmación personal, relegando la relación con el otro y la importancia de la comunidad, llegando a afirmar que para nuestro ego se requiere la presencia del otro, mientras que en la autoestima esto no es necesario.

Cuando el otro solo nos es necesario para alimentar nuestro ego genera una postura enfermiza en nuestro actuar, pero existe un grave peligro en estas visiones, ya que parecen proponer que mientras tenga autoestima no requiero en absoluto del otro. ¿Cómo las personas pueden llegar a posiciones tan extremas?

Todos necesitamos la presencia del otro, el ser humano es un ser social, gregario, diseñado para vivir en contacto y comunidad; no es ego requerir la presencia del otro, está en nuestra naturaleza el necesitar el contacto humano. El amor llega a su máxima realización cuando se dirige hacia ti y hacia los demás al unísono.

En muchas de estas propuestas la visión de la soledad es identificada como un timbre de orgullo, el culmen del desarrollo humano; la renuncia a todos y a todo parece ser el camino para la plenitud de la autoestima. En no pocas ocasiones se observa de soslayo a aquellos pobres subdesarrollados que no han logrado renunciar a la importancia de los demás en sus vidas.

No necesitar de los demás no es autoestima, es una actitud que no solamente es irreal, sino enfermiza, porque va contra la esencia comunitaria de la humanidad; no precisar en absoluto de nadie es soberbia, no autoestima.

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