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Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades en los Estados Unidos hicieron públicos hace unos días algunos datos francamente escalofriantes: la tasa de suicidios entre los jóvenes de 10 a 24 años aumentó un 56% entre 2007 y 2017, mientras que después de años de mantenerse a la baja el suicidio entre niños de 10 a 14 años subió un escalofriante 300%, para rematar asegurando que la segunda causa de muerte entre personas de 10 a 24 durante 2017 fue el suicidio. La generación Z está experimentando un problema de salud mental aún mayor que el de los millennials y las razones no se encuentran completamente claras hasta ahora.

Uno de los componentes identificados de esta problemática es el uso excesivo de redes sociales: un 45% de los adolescentes de 13 a 17 años reportan usar el internet constantemente. La Asociación de Ansiedad y Depresión de América refiere que el uso excesivo de redes sociales puede causar depresión, ansiedad y soledad; parece que mientras más se busca una mayor conexión con el mundo virtual, tanto más se desconectan estos jóvenes del mundo real. La carrera desenfrenada por ser reconocido y apreciado en internet está creando seres humanos desconectados del mundo real.

Toda esta problemática dice mucho de la sociedad y de los seres humanos actuales: vivimos cada vez más en sociedades masivas, conglomerados urbanos gigantes, mientras nuestra capacidad de interrelacionarnos va desapareciendo. Es una paradoja que en la sociedad de la interconexión estemos cada vez más aislados; algo estamos haciendo mal en este planeta, algo que no nos permite conectar con el otro y sentir gusto por la vida.

Probablemente estemos cambiando calidad por cantidad, ahora es común apreciar como alguien exitoso a quien tiene cientos de miles o millones de seguidores, contactos o “amigos” en el mundo virtual; el ansia de ser aceptado cada vez más por un número mayor de personas es notable, la brutal ilusión de que alguien con dos o tres millones de “amigos” es realmente amigo de cada uno de ellos nos consume, aun alguien con la muy modesta cantidad de unos tres mil o cuatro mil amigos es muy poco probable que en realidad conozca, sepa las ilusiones, esperanzas y dolores de cada uno de sus llamados “amigos”.

Vivir en la irrealidad no parece estar haciendo bien a los jóvenes estadounidenses; la falta de contacto humano real los está aislando de una manera cada vez más peligrosa y enfermiza. Crash, película ganadora de un Óscar, sostenía que el hombre, incapaz de mantener relaciones humanas sanas en las grandes ciudades, ansía de tal manera el contacto, que busca aunque sea chocar física y emocionalmente con quienes lo rodean con el fin de poder sentir al otro, con el fin de poder sentirse vivo.

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