Mirando como un niño

Le pido a la vida llegar a tener la esperanza de los niños.

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En los días de esta semana, de una manera u otra una palabra se ha asomado a mi realidad insistentemente: esperanza; a través de muy diversas situaciones esta palabra se ha entrometido en mis días uno tras otro; no muy claramente definida y frecuentemente confundida con el optimismo, me ha hecho pensar en ella y tratar de entender qué es y cómo se vive la esperanza. A mi parecer, el optimismo ya de por sí es una palabra desprestigiada por la insistente actividad de lo que yo llamo los charlatanes del optimismo, que en ocasiones comercializan tanto la palabra que la vuelven algo así como un dulce para consolar todas las tristezas del alma.

Buscamos esperanza en ocasiones sin identificarla plenamente, y es que en este mundo iluso hemos llegado a creerle a muchos embaucadores que, predicando un optimismo sin sentido, pretenden reducir la realidad de la vida a una postura que garantiza que si tienes un pensamiento positivo sólo recibirás cosas positivas, cuando la realidad de la vida nos mete por los ojos que este mundo está construido por muchas realidades y no todas son maravillosas, que por muy optimista que se pretenda ser, cada hombre y mujer tiene que pagar a la vida su cuota de dolor y que no estamos menos vivos por sufrir, que no creando en la mente un mundo color de rosa nuestra realidad pasará a ser esa.

Esperanza es lo que demanda aquella joven mujer en el extranjero para recibir un permiso de trabajo que le lleve a una mejor vida; es esperanza lo que ardientemente busca aquella madre que después de realizarle un aborto a su hija adolescente, ahora arrepentida lucha por superar las cicatrices emocionales que esto ha dejado en ambas; esperanza es lo que a través de las horas de hospital desea que llegue a su vida un hombre en aguarda de una operación a corazón abierto; es también esperanza la que suplica aquel padre cuya hija en un arrebato por una decepción amorosa ha lanzado su automóvil contra una barda a toda velocidad.

La verdadera esperanza no es angustia, no es esa esperanza angustiada de la persona que ve cómo se van desarrollando los acontecimientos frente a ella, como aquella que brilla en los ojos de un hombre cuando están a punto de informarle si lo han aceptado en el trabajo que tanto necesita. La verdadera esperanza no es pasiva, no es sentarse a aguardar que las compuertas del cielo se abran y ángeles alados desciendan hacia nosotros trayendo la solución a nuestros problemas y miserias. La verdadera esperanza tampoco es una droga que nos intoxicará para pasar agradablemente aturdidos por los sinsabores de la vida mientras endulzamos falsamente nuestra realidad.

José Luis Martín Descalzo explicaba maravillosamente la esperanza: decía que si queríamos hallarla bastaba ver los ojos de los niños en los días anteriores a Navidad, que en esos ojos inquietos y en esas miradas anhelantes se podía comprender toda la realidad de la esperanza; los ojos de nuestros hijos no reflejan angustia alguna en esos días, más bien en ellos podemos ver la seguridad total y absoluta de quien, sintiéndose amado, espera la caricia de quien lo ama sin duda alguna, sus ojos reflejan el convencimiento pleno de sentirse amado y esperan impacientes cómo se manifestará ese amor, ¿tendrá forma de muñeca o de bicicleta?

Esta realidad es la que huye de nuestros ojos adultos, nos falta el convencimiento de sentirnos amados por la Vida y esperar confiadamente sus muestras de amor, ya que si ni Salomón en toda su gloria se llegó a vestir como los lirios del campo, ¿qué no hará la Vida por nosotros?

Es importante entender que lo que tanto esperamos y deseamos no necesariamente es lo que nos ha de convenir, ya que muchas veces lo peor que le puede pasar al ser humano es que lo que desee se le conceda, porque todos creemos saber qué es lo que nos conviene y necesitamos, cuando en realidad apenas alcanzamos a saber qué es lo que deseamos.

Es por eso que le pido a la vida llegar a tener la esperanza de los niños, ver esa esperanza a través de sus ojos en Navidad, ya que en medio de mis numerosos errores, defectos y miserias recuerdo perfectamente que para ver a la verdad cara a cara todos nos tendremos que hacer como niños. Que la esperanza sea un motor que nos impulse y no un dulce que nos consuele y que nuestros ojos de niño estén abiertos claros y limpios ante la Vida.n

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