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Para que se desarrolle el crimen organizado y pueda operar sin ser molestado por las fuerzas de seguridad, es necesario que exista –y así se ha documentado- colusión con autoridades de distintos niveles.

En días pasados, en Yucatán, se dio a conocer la detención de Eleazar Medina Rojas, alias “ El chelelo”, quien es señalado como operador del Cártel del Golfo y que está acusado de la desaparición de personas, homicidios y secuestros.

Trascendió que detrás del presunto delincuente hay células criminales que son altamente violentas y que operan para los Zetas y el Cártel del Golfo.

“De la poderosa organización de los Golfos-Zetas quedan -según Lantia-, cerca de 70 células muy violentas, dispersas en los estados donde han sido los amos del narco, secuestros, extorsión, robo de hidrocarburos y tráfico de indocumentados y que se disputan a balazos el control de los estados” (1).

Los grupos paramilitares de los Zetas y el Golfo fueron los precursores en afectar de manera directa a la población civil para financiar sus actividades.

Muy poco ayudan las detenciones de presuntos narcotraficantes, si no se incautan el dinero y los bienes materiales que genera el crimen organizado, al que el narcomenudeo y el trasiego de la droga le deja ganancias millonarias.

Sería interesante saber si “El chelelo” tiene bienes en Yucatán, bajo qué nombre legalizó las transacciones y quién fue el notario que protocolizó la compra venta de los predios, pero también y por el bien de los propios empresarios se debe investigar si en el Estado hay gente que lava dinero del narcotráfico, ya que esto contribuye a la descomposición social, como ocurre en Cancún y Playa del Carmen.

Estamos hablando de la peligrosidad del grupo paramilitar los Zetas, que en varios estados han dejado una estela de fosas clandestinas con cientos de cuerpos de hombres y mujeres, adolescentes e incluso bebés.

Por lo general en las actividades del crimen organizado se siente pero no se observa de manera directa quiénes lo manejan.

Es evidente su cara más visible, el narcomenudeo, que ya se empieza a percibir en las fiestas tradicionales de algunos municipios, del centro, sur y oriente del Estado.

Los organizadores traen a las grandes bandas norteñas que no se costean con las entradas y la venta de cerveza.
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1) Valdés Guillermo, La senda del crimen, revista Nexos, enero 2017, número 469, año 40, volumen XXXIX.

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