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Luego de que la primera entrega de “No manches Frida” (2016) funcionara bien en taquilla, pero recibiera una tunda monumental por parte de la crítica especializada, al ser un producto cinematográfico de baja calidad narrativa-argumental, por las malas actuaciones, los inverosímiles diálogos y sobre todo lo predecible del argumento, se espera que su secuela sea nuevamente un éxito en taquilla, aunque otra vez sea un producto poco atractivo para la crítica; déjeme platicarle el motivo.

El fenómeno de captación de taquilla que tuvo la primera entrega no es un caso atípico, ha sucedido con otras cintas, de igual o peor calidad que la que ahora nos ocupa, aunque, en este caso, se trata de un filme que supo detonar situaciones, lenguaje y aspiraciones de un sector que se ha vuelto vulnerable por el escaso contacto con cintas de calidad. Me refiero a la generación millennial, cuya falta de parámetros cinematográficos ha propiciado este fenómeno.

Hay muchos factores que pueden explicar esta situación, sin embargo, parece una opción interesante comentar que tienen un consumo cultural evidentemente masivo, encauzado por influencers, de los cuales un buen número recibe pagos para generar buenas expectativas del filme, aunque es preciso comentar que no siempre las multitudes tienen la razón, menos aún cuando son bombardeadas de publicidad y argumentos.

El asunto es que “No manches Frida 2” (2019), dirigida de nueva cuenta por Nacho G. Velilla, es un filme que queda a deber, con un final que se espera desde que se plantea la historia, que, por cierto, narra el momento en que llegarán al altar Zequi (Omar Chaparro) y Lucy (Martha Higareda), pero que no se concreta por la falta de compromiso del profesor, quien acude en estado inconveniente, aunque por obra del destino se presenta la oportunidad de reconquistar a la dama, luego de que habrá un viaje a unos juegos escolares. El resto, aunque no se lo cuente, ya se lo imagina.

El trabajo histriónico de Omar Chaparro siempre me ha parecido hueco y sin una pizca de credibilidad, incluso diría que sus personajes en el cine se pierden en los excesos de gesticulación y movimientos, es decir, sobreactuados, y, en este filme no es la excepción. El contrapeso es Martha Higareda, quien –sin echar las campanas al vuelo- cumple con un trabajo levemente decoroso.

Es una comedia digamos palomera, que navega en un mar de simplezas e inconsistencias argumentales, con chistes bobos y situaciones predecibles, que me impiden recomendarla; sin embargo, la última palabra para asistir al cine la tiene usted, amigo lector.

Para dudas, comentarios o sugerencias escríbame al correo electrónico [email protected] o sígame en mis redes sociales “CinematografoCeroCuatro” en Facebook y “Cinematgrafo04” (sin la “ó”) en Twitter.

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