Las últimas y sabias palabras

Hortensia Rivera Baños: Las últimas y sabias palabras

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Este tema es un compendio cronológico de las últimas palabras expresadas por hombres y mujeres célebres, que por su mensaje pueden servirnos de inspiración, ya sea por la gran entereza con que fueron dichas o por su profundo significado espiritual. En algunos casos, indudablemente el moribundo en el momento sublime del paso de esta vida a la otra, vislumbró ya algo del maravilloso misterio del más allá.

Sócrates (470-401 a. de J.C.): “¿hubieras preferido verme morir culpable?”. Sócrates, el filósofo tranquilo e imperturbable, murió como vivió. Condenado a muerte por el tribunal de los heliastas bajo la acusación de corromper a la juventud con sus doctrinas -todo el movimiento filosófico del mundo proviene de él-, permaneció treinta días en la prisión en espera de aquel en que habría de beber la cicuta, discutiendo tranquilamente con los amigos que le visitaban. Acerca de la inmortalidad del alma y sobre la vida futura, con tanta impasibilidad como si él no fuera el sentenciado. A un amigo que quiso consolarlo, al ver que iba a morir inocente, le dijo sonriendo esas palabras.

Julio César (100-44 a. de J.C): “¿tú también hijo mío?”. Últimas palabras de Julio César, víctima de los conjurados para asesinarlo. Recibió veintitrés heridas y dejó de defenderse al reconocer a Bruto entre sus verdugos. Marco Julio Bruto, sobrino de Catón, era hijo de la hermosa Sevilla, con la cual había mantenido César relaciones ilícitas.

Cleopatra (69-30 a. de J.C.): “¡no seré conducida en triunfo!”. Derrotado Marco Antonio por Octavio, el primero se quitó la vida con un puñal y Cleopatra, sabedora que el vencedor le concedía la existencia para que figurara en su cortejo triunfal, decidió seguir el ejemplo del amado y la leyenda asegura que para el suicidio se hizo llevar un áspid en un cestillo lleno de flores, y después de adornarse con sus joyas más preciosas, ofreció su pecho al mortífero animal, exclamando esas palabras al sentir la mordedura de la serpiente.

Jesucristo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Son palabras de Jesús en la cruz, según San Mateo (XVII.46). Y al expirar dijo: “en tus manos, señor, encomiendo mi espíritu”. Antes había pronunciado su más bella frase: “perdónalos Señor, que no saben lo que hacen”. Refiriéndose a sus verdugos.

Isabel la Católica (1452-1504): “no lloréis por mí, ni perdáis el tiempo en inútiles ruegos por mi restablecimiento: rogad, sí, por la salvación de mi alma”. Así les dijo Isabel la Católica a los fieles amigos y servidores que compungidos rodeaban su lecho de muerte.

Madame Roland (1754-1793): “¡Oh libertad, libertad; cuantos crímenes se cometen en tu nombre!”, así exclamó Madame Roland de la Platiere, condenada a muerte por los furores de la revolución francesa. Junto a la guillotina se elevaba una colosal estatua de la libertad. Hecha de yeso. Cuando Madame Roland subió con paso ligero al cadalso, se inclinó ante la estatua como para tributarle su último acto de adoración.

De las palabras citadas concluimos que los grandes hombres y mujeres creen en Dios, en la inmortalidad del alma, son humanos, así como valerosos a la hora de la muerte.

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