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La sociedad de hoy se ve afectada por diversos fenómenos que la perturban a nivel global, tal es el caso de la violencia en las aulas, el crecimiento de la delincuencia juvenil, la falta de disciplina, las adicciones a tantas cosas, como drogas, pornografía, alcohol o el juego; así como también creer que el cuerpo humano se ha vuelto una mercancía que se puede vender, comprar, usar y tirar como si fuera un objeto de diversión y placer.

Desafortunadamente, existe como un caldo de cultivo para que se den las condiciones para que se desarrolle esta problemática, ya que aunado a todo lo que se propaga en los diversos medios masivos de comunicación, tenemos la ausencia de muchos padres en casa, la permisividad y falta de autoridad en los hogares, baja escolaridad de padres e hijos, excesos en algunos ambientes y grandes carencias en otros, situación que si bien no se justifica, es de entender porque muchos padres la estamos teniendo muy difícil a la hora de educar.

Algunas familias para poder sacar adelante la economía del hogar trabajan largas jornadas que dejan mucho tiempo a los hijos solos y sin una adecuada dirección y acompañamiento, y después tratan de compensar ese tiempo que sienten les “deben” a sus hijos con consentimientos y poca disciplina.

Todos queremos vivir en una sociedad sana, donde no existan tantos conflictos y donde el bienestar sea asequible para todos, sin embargo, hoy nos parece una utopía.

Algo sí es factible: las cosas grandes se logran desde lo pequeño, y lo pequeño es nuestro núcleo familiar, nuestro entorno más próximo.

Si nos vamos poniendo como tarea pequeñas cosas, seguro lograremos cambiar nuestro entorno más pronto de lo que creemos, con acciones muy sencillas, pero que a fuerza de constancia y repetición se volverán hábitos para el mejoramiento de la vida familiar y por ende reflejadas en la sociedad.

Sabemos que en los hogares donde se enseñan límites los hijos aprenden lo que es bueno y malo para ellos. No debemos tener miedo a decirles que no cuando sea necesario, sin confundir que ello pueda ser reflejo de intolerancia o enemigo de la permisividad, cuando decimos no a cosas que no les convienen podemos formar voluntades libres, afectividades sanas e inteligencias claras.

Los límites les ayudarán a fortalecer la voluntad, un medio indispensable para alcanzar grandes cosas.

Educar la libertad en orden del amor, no es otra cosa que enseñar a los hijos cuán valiosos son para nosotros, que deseamos su bienestar y felicidad y que queremos que aprendan a hacer certeras elecciones en su vida, buscando siempre lo bueno y lo verdadero.

Las elecciones suponen renuncias y elegir por alcanzar el mayor bien posible nos dará mayor satisfacción.
Renunciar a actos de egoísmo es un sí a los actos de generosidad.

Renunciar a comportamientos sexuales que se apartan del amor verdadero, nos llevará a elegir relaciones que nos acercan a la estabilidad, fidelidad y felicidad.

Renunciar a la corrupción es elegir la honestidad y la congruencia.

Renunciar a la violencia es elegir la paz, el respeto y la justicia.

Con estas renuncias ya podríamos empezar un plan de trabajo familiar que sin lugar a dudas nos darán gran bienestar.

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