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En pleno siglo XXI uno de los desafíos más grandes que tienen las mujeres es desarrollarse plenamente en el seno de la familia, y esta afirmación la hacemos debido a la enorme competencia con la que se encuentra al salir a la calle.

Las generaciones pasadas veían con beneplácito que atender a los hijos y al marido, cuidar que no falte lo necesario en el hogar, hacer la limpieza, cocinar, lavar ropa, tener tiempo para jugar y convivir no eran tareas agobiantes sino que disfrutaban hacerlo.

También tenían tiempo para otras actividades tales como leer o aprender de mamás o abuelas distintas artes como coser, pintar, bailar, etc. que preparaban a la mujer para no tener que salir de casa porque realmente se sentían muy satisfechas con lo que hacían.

¿Por qué ahora no es como antes? Estamos frente a una de las paradojas más grandes que nos está tocando vivir, todos tenemos un grande anhelo de familia y parece que vivimos como si no fuera así.

La mujer tiene en su naturaleza el don de acoger y recibir, el hombre tiene en la suya el don de ir hacia ella; ambos tienen inscrito en sus cuerpos el ser generadores de vida, uno con una para fundar una familia donde los hijos pueden encontrar todo lo necesario para sentirse y saberse amados y para trasmitir ese amor a otros.

Si la realidad de nuestro entorno nos demuestra, porque palpamos los diversos problemas sociales que enfrentamos, que las dificultades del individuo se generan precisamente en las carencias afectivas y psicosociales que debieron ser cubiertas por su familia ¿no sería ello el punto sobre la í que señale hacia dónde debemos dirigir las baterías de las políticas públicas?

La mujer siempre ha sido un gran pilar para la protección y el desarrollo de la familia, junto con el varón responsables ambos de sacarla adelante.

Nos encantaría decir que todos los matrimonios apostamos por que la familia es la mejor y mayor empresa de nuestras vidas para toda la vida, pero el divorcio nos demuestra que no es así para todas las parejas, y cuánto sufrimiento trae esta situación.

La mujer cuando se siente protegida y amada despliega todo el capital humano a favor de su familia, y su gran capital profesional no debe sentirse amenazado ante el reto de poder conciliar familia y trabajo, esto se logra cuando hace equipo con su marido para conseguir el mayor bienestar.

Cuando uno le pregunta a una mujer cuál es su motor principal para hacer lo que hace, casi siempre te responden que es para sacar adelante a su familia o para mejorar las condiciones económicas o sociales de otros, para poder darles a los hijos mejores oportunidades, y muchas coinciden en que para realizarse plenamente como profesionista necesitan lograr la anhelada conciliación de sus dos mundos: familiar y laboral.

El papel de la mujer en la familia es importantísimo, ella es algo así como el “pegamento” en toda la estructura, necesitamos recuperar este espacio porque a los hijos les hace bien, porque a la sociedad le hace mejor tener ciudadanos educados y bien formados y porque en donde hay una familia unida los frutos se notan.

Este espacio vital lo compartimos hombres y mujeres y no debemos vivir en franca competencia sino en modo complementario, ya que para los hijos no hay mayor tesoro que vivir con su padre y su madre, nos necesitamos porque lo que está en juego es algo más grande: la fundación, protección, desarrollo y promoción de nuestra familia para contribuir con ello a la sociedad.

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