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De todos es sabido que cuando los padres pierden un hijo no existe un nombre que le dé título a esa tragedia; cuando los hijos perdemos a los padres nos convertimos en huérfanos, cuando un esposo pierde a su esposa se convierte en viudo, pero cuando un hijo muere el duelo es tan grande que no hay forma de llamarle.

Las circunstancias que nos llevan a esta pérdida pueden ser muchas, desde una enfermedad, un accidente, una muerte espontánea, un crimen, un suicidio, etc. y cualquiera de ellas es terriblemente dolorosa, ya que aunque sabemos que todos los seres humanos tarde o temprano nos enfrentaremos a la muerte, ningún padre espera que los hijos se vayan antes que ellos.

Recientemente estuvo en la ciudad la Dra. Pilar Calva, quien en una charla sobre bioética nos hizo reflexionar sobre este tema desde su experiencia médica como genetista con diversos pacientes que atraviesan problemas muy complejos.

Nos compartió algunos casos de mujeres que habían perdido a sus hijos en abortos espontáneos y el trabajo que les estaba dando recuperarse, pues invariablemente traían a su memoria el cómo sería la vida de esos pequeños de estar entre ellos; es decir, el duelo es igual independientemente de la edad del hijo.

Estas historias nos hicieron recordar la forma tan banal en la que algunas legisladoras federales sostienen que el aborto debe de ser un derecho de toda mujer a decidir sobre su cuerpo; pareciera que ignoran por completo la complejidad que encierra el perder un hijo, el duelo por el que atravesarán una vez que hayan caído en la cuenta de que aquello de lo que se deshicieron no era precisamente un coágulo, ni un conjunto de células, ni mucho menos un “producto”, sino simple y llanamente su hijo, concebido quizá en alguna circunstancia no planeada, quizá incluso con violencia, pero sea cual fuere el escenario que rodeó el inicio de esta nueva vida, el bebé no es en absoluto culpable y es a él a quien dichas legisladoras le quieren cargar “todo el peso de la ley” y con la condena más cruel en todo nuestro sistema judicial: la pena de muerte bajo el título de interrupción legal del embarazo.

En nuestro país el aborto sigue siendo un delito, por lo tanto no podría llamarse derecho; quienes sabemos bien en qué consiste un aborto, sabemos también que es una verdad que no admite disfraces, aunque en Ciudad de México lo hayan aprobado y en Oaxaca y otros estados intentan seguir este ejemplo, ello no alcanza a tapar los ojos de quienes sabemos cómo se le llama a quien acaba con una vida intencionalmente.

¿Ayudar a la mujer? En realidad así no, una mujer en una situación de embarazo inesperado desearía otro tipo de ayuda más efectiva sin poner en riesgo su salud.

Nos duelen las mujeres que se han sentido sin ninguna mejor salida y han optado por practicarse un aborto, porque la constante en ellas se repite una y otra vez, no sabían casi nada del proceso al que se someterían, ni que tendrían secuelas psicológicas o riesgos tan graves como quedar estériles o perder la vida.

Pedimos a los congresos que eleven el debate, que sean honestos, pero sobre todo que se informen mejor de todo aquello que la ciencia ha demostrado, porque la vida inicia en la concepción y todo ser humano merece ser protegido, custodiado y respetado hasta su muerte natural.

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