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Estamos cerca de cerrar este año, y las transformaciones sobre costumbres ancestrales no fueron la excepción, fueron más bien la constante.

Dentro del recuento de 2018, con nostalgia fui testigo de cómo en el área profesional con preocupación percibimos que el paciente va perdiendo confianza en su prestador de salud.

La imagen del médico en otras épocas lograba trascender más allá de lo material, alcanzando inclusive un nivel espiritual.

Esa “conexión integral” era casi una garantía de cura para cualquier dolencia o enfermedad. Tristemente, cada día escuchamos menos en la práctica cotidiana la tan conocida frase: ¡Solo con verlo doctor, me curo!

A la luz de un análisis serio, maduro y no estigmatizado, nos preguntamos los porqués y encontramos dos grandes aristas.

Por un lado, hay elementos médicos que van desde la falta de capacitación, actualización y/o experiencia -transitando por las disidencias de criterios diagnósticos-, hasta llegar al protagonismo, que sin importar la ética destruyen a su colega o institución con tal de ganar pacientes.

En el otro extremo tenemos a los pacientes, que practican la automedicación, ante una lluvia de “productos milagro y curas mágicas”, presentadas por charlatanes vestidos de médicos y respaldadas por industrias de cuestionable ética, pero eso sí con mucho dinero, y que inclusive manipulan la información médico-científica que debiera corresponder solo a los facultativos certificados. Las complicaciones no se hacen esperar cuando de enfermedades tanto agudas como crónico-degenerativas hablamos, que los obliga a buscar ansiosos o en forma urgente un real servicio.

Y en este punto convergen los dos extremos, donde, por un lado, el doliente resiente la falta de oportunidad o atención inmediata, y por el otro, el médico se topa con el fantasma del reto impuesto por la urgencia que exige de forma rápida y expedita recomponga ese cuerpo enfermo.

El espacio de confluencia bajo estas circunstancias se torna tenso, obligando a la toma de decisiones precipitadas, con poca tranquilidad ante la presión y desesperación del enfermo o sus familiares.

Por si fuera poco, tenemos un tercer actor, más destructor que los elementos anteriores, ya que impacta las dos aristas mencionadas, me refiero al de los medicamentos “de dudosa calidad”.

Como ven, el problema en cuanto a credibilidad, confianza y deficiencias en la atención de nuestra salud tiene múltiples áreas de oportunidad.

Por un lado, instancias de salud vigilantes de la calidad de sus médicos e insumos proporcionados; por el otro, medios de comunicación que respondan a las necesidades de información preventiva, dimensionando los problemas y cautelosos al momento de arrastrar la pluma.

Finalmente, una sociedad responsable, que con determinación responda con oportunidad seriedad y madurez ante el llamado de su enfermedad.

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