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Para crecer y mantener buenas relaciones es indiscutible que escuchar es el cimiento sólido sobre el cual construimos nuestros triunfos con base en estrategias.

Sin embargo, en nuestra cultura escuchar verdaderamente a otra persona es más la excepción que la norma. El arte de escuchar ha sido sustituido por el ordenador, la televisión y el teléfono móvil, el parloteo apresurado y el uso críptico de tópicos superficiales.

En el terreno de la administración pública o política, cuando se es muy autoritario y poco receptivo es difícil fomentar el espíritu de cooperación.

La gente sin dudad trabajará, pero buscará más satisfacciones fuera de las horas de trabajo. De tal manera que cuando no escuchamos no es posible impulsar a las personas hacia un logro sobresaliente que con esfuerzo se busca alcanzar.

Si este comentario con bases científicas lo llevamos al terreno profesional médico-paciente, veremos semejanzas maravillosas.

Si utilizamos un lenguaje no coloquial, lleno de tecnicismos y con un ritmo rápido y apenas perceptible, se nos ubica “ipso facto” en la Torre de Babel, donde unos hablan y los otros entienden lo que quieren o simplemente no entienden.

Lo anterior produce frustración al doliente, que presupone que no se realizó lo correcto, llevándolo en el menor de los casos a “googlear”, alcanzando el infinito y “big bang”, abriéndose el universo de las contradicciones e incertidumbres, como la teoría del conocido físico, cosmólogo y autor británico Stephen Hawking (qepd).

Continuando en la misma línea de ensamblaje del entendimiento, posterior a la emisión sonora de nuestras palabras durante la atención médica, las consecuencias no se dejan esperar, teniendo la inconformidad, enojo, incertidumbre, y, por si fuera poco, cual efecto dominó, todo eso es transmitido entre familiares.

Pero no queda allá, ahora cual pasaje de canción popular profunda y reflexiva como es “Mi árbol y yo”, de Alberto Cortez, la semilla es recogida y sembrada por “pseudo litigantes”, quienes con argucias, desde una oficina y SIN JAMÁS HABER SALVADO UNA VIDA, actúan cual carroñeros de las emociones, buscando destruir sin intentar conciliar y mucho menos estudiar.

Lamentablemente también existen aquellos que interpretan leyes, llegando a conclusiones que a la postre (años) rectifican con tan solo “disculpe el error”.

Aquí mi mensaje se centra en los siguientes puntos: a) hay que escuchar, no solo oír; b) preguntar al interlocutor si entendió lo que le dijimos y aclarar las imprecisiones si las hubiera; c) informar que la recuperación o la salud no se adquieren de forma mágica, se necesita de la colaboración del paciente y de toda la familia; d) que los médicos estudian mínimo 12 años para salvar vidas.

Si tienen dudas, los que ahora tienen 80 ó 90 años, antes de la era médica institucional, ¿qué opinan?

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