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Viernes por la tarde, junta obligada, y estando sentado a la cabecera de gran mesa, realicé un paneo y me percaté de grandes contrastes. Dicha foto me orilló a reflexionar sobre aspectos de la forma de ver la vida, y del buen humor más allá de la adversidad. Durante la noche, en mi rincón solitario de la sala donde suelo trabajar, divagué y analicé.

¿No es acaso el sentido del humor una emoción, estado, rasgo o si se quiere una variable de la personalidad, que influye sobre nuestro comportamiento, emociones y pensamiento? Los efectos del buen humor están bastante documentados en la literatura científica y cada vez más investigados. Solo a manera de ejemplo, la risa y el sentido del humor reducen el estrés y la ansiedad, mejoran la calidad de vida, ayudan a eliminar la depresión y permiten llevar mejor una enfermedad.

Abundo sobre los beneficios del buen humor y de la risa cuando hablamos de los problemas cardiovasculares, relaciones sociales y sistema inmunológico. Tan es así que muchos terapeutas cognitivos utilizan las fábulas, cuentos, parábolas e información alegre en sus consultas, buscando que el paciente logre cierto distanciamiento del problema y se sienta mejor. De hecho, el buen humor se ha considerado como un parámetro para evaluar la salud mental de una persona.

Lo anterior va de la mano con reír o llorar, comparando la vida con un gran escenario donde interpretamos distintos papeles, o sea podemos actuar una comedia o una tragedia. La forma de afrontar la vida te ubica en un género o en el otro, risa o llanto, optimismo o pesimismo, satisfacción o melancolía, ilusión o desesperanza, alegría o solemnidad, informalidad o gravedad. La mayoría –sin ser bipolares-, fluctuamos entre un polo y otro. Lo que trae a mi memoria a dos filósofos de la antigüedad como representantes fidedignos de los extremos que he mencionado; así por un lado tengo a Heráclito (desgarrado y llorón) y por el otro tengo a Demócrito (risueño y burlón). Es tan solo cuestión de lado del prisma que lo veas.

Conozco infinidad de heráclitos, que se desplazan por la vida llevando la carga de amargura y pesimismo a cuestas, obviamente sin la genialidad de aquél; y muchos demócritos que, aunque no son sabios, tratan de ponerle buena cara al mal tiempo. Así terminé de pincelar la foto de aquella tarde que motivó mi columna del día de hoy.

Así bien, amable lector, la existencia siempre nos deja espacio más cerca de un lado que del otro. Las mentes flexibles se levantan con un pie en el buen humor y otro en el realismo. Ven lo triste, sin necesariamente contagiarse, reflexionan sin ínfulas, y ejercen la psicología sin adoptar la pose del típico pensador ensimismado. Te recuerdo que debes ser profundo sin ser sombrío e inteligente sin ser amargado.

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