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Salí del consultorio más temprano de lo común y, de camino a casa, vine analizando sobre notorios contrastes que de forma evidente podemos palpar con respecto a la transición que ha sufrido esta temporada navideña.

Me remonté a mi niñez y adolescencia, pasando ante mí cualquier cantidad de imágenes que atropellaron mi aún lúcida mente. Fíjense que, a estas alturas, mi caja pintada de café con una vela en el centro, la imagen de la Virgen María, San José y el Niño Jesús encabezaba al numeroso grupo de “chamacos” cada noche. Efectivamente, no podía faltar que, después de hacer la tarea, con lápiz y colores -seguramente algunos se preguntarán qué son esos artefactos primitivos, comparados con la última edición de la “compu” o el “cel”- salíamos en grupo para ir cantando “La Rama”: ¡Me paro en la puerta, me quito el sombrero porque en esta casa vive un caballero… naranjas y limas… aquí esta la Virgen…”.

A velocidad lenta continué mi transitar, y, conforme avanzaba en la camioneta, me atreví a contar el número de casas que mostraban en su exterior algún motivo navideño.

¿Ya saben cuál fue el resultado verdad? Los dedos de las manos me sobraron al llegar a mi destino. Ipso facto me cuestioné: ¿qué pasó con las luces, el muñeco de plástico que sugería ser de nieve, los renos y la cara de Santa Claus que coronaba la entrada o puerta de las casas en aquellos años 80 y 90? Si, amable lector, son tan solo recuerdo imborrable del México y Yucatán de cuyos ayeres escasos vestigios encontramos.

Por otro lado, a estas alturas, los otrora mozalbetes ya habíamos escrito nuestra “cartita” al ayudante del “Niño Dios”, y cada noche, en cuenta regresiva, soñábamos con el momento de ver los regalos. De igual manera, nosotros los padres no olvidamos la alegría compartida cuando, aún trasnochados y sin haber pegado los ojos, nuestros pequeños jaloneaban la pijama, y a rastras nos conducían al pie del árbol.

Añoro cómo los abrazaba y reían, más allá del desvelo: Jesús había nacido, y el milagro se había consumado a través de esa unión imbatible y perpetua que conocemos como institución familiar.

Se me nubló la vista por momentos, al recordar a mis seres queridos que han partido, como mi padre, hermano, tíos y abuelos. Lo anterior me reforzó lo tan importante de disfrutar a quienes aún están vivos, empezando con mi madre. Finalmente mi nostálgico recorrido concluyó al llegar a mi destino.

¡Qué tiempos aquellos, cuando el espíritu de la Natividad fue el ente que movió corazones!

Solo te pido que este año, más allá de turbulencias de toda índole y los cambios que nos agobian, por favor, enciendas y compartas esa energía e ilusión que solo el Creador puede motivar.

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