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El día de ayer platicaba con algunos compañeros de trabajo y comentamos con respecto a la violencia en general, llámese intrafamiliar, de género, sexual, psicológica, verbal, emocional y laboral. También abundamos sobre las secuelas psicológicas y emocionales que inclusive orillan al suicidio, cual respuesta a la dureza de los actos.

Manotazo, grito, acoso y amenazas son tan solo vestigios de un pasado-presente bárbaro, que los débiles e inmaduros utilizan con el afán de obtener resultados específicos. El creer que por tener la autoridad se puede ejercer el poder violento y manipulador sobre nuestros hijos, empleados o quienes atendemos como servidores es abyecto.

Estamos en el centro de una evolución, la evolución de la conciencia. Esta evolución se manifiesta en el valor creciente que atribuimos al ser humano. Hemos visto desintegrarse las viejas estructuras de poder con antiguas creencias a la luz del mayor conocimiento. Colectivamente estamos cruzando el umbral desde la creencia de un “poder sobre” (dominación) hacia la creencia de un “poder personal” (reciprocidad y creación cooperativa).

El progreso en este renglón parece pequeño en comparación con los problemas que actualmente existen. Somos conscientes de los sistemas políticos y económicos represivos que se mantienen por la fuerza física, en cambio somos menos conscientes de la represión psicológica que se ejerce mediante la manipulación verbal y la coacción.

Lo anterior nos lleva a preguntarnos las razones de que un individuo adulto se comporte y actúe de forma determinada. Podríamos explicarlo desde dos vertientes: por un lado tenemos mayor desintegración familiar, falta de cariño, patrones adquiridos durante la infancia, falta de valores y los complejos por estereotipos. Por otro lado, encontramos cabalgante avaricia para obtener algún puesto y actitud servil con tal de rascar algunos pesos extras, cual capricho económico sin miramiento ético.

Hay que romper inercias y erradicar aquel formato “autoritario y tirano” que atomiza al ser humano integral, pensante y valioso y lo vuelve tan solo mercancía cuya etiqueta solo tenía dos caras: buena o mala, caro o barato (rico o pobre), patrón-empleado, profesionista o analfabeta y así sucesivamente; paulatinamente se va diluyendo en ese colectivo común.

No hay que olvidar que estos fenómenos sociológicos deben analizarse con seriedad. Estamos formando a través de los hechos una generación que “a la vuelta de la esquina” ocupará nuestro lugar y no sabremos el daño que les hemos causado. En el actual espacio en donde todos somos iguales y a la vez distintos no caben títulos nobiliarios ni ascendencia imperial, tan solo la humildad para compartir, dialogar y consensuar con tal de construir. Invito a la reflexión.

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