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Me comentaba joven galeno que, al entrar en aquella oficina que albergaba al despachador de lujoso hospital donde prestaba sus servicios, se sintió intimidado por personaje que le recriminó el haber rebatido diagnóstico en público a su maestro en turno durante la visita médica. Exclamé enseguida que me parecía vergonzozo arrebato, que don Benito Juárez desde su glorieta reprobaría.

Este pasaje se repite en diversos escenarios personales, profesionales, laborales y sociales por citar. Cuantos “personjes” con definido perfil omnipotente, dudosa reputación y moral, se atreven a estigmatizar y vilipendiar a quien opina diferente, recurriendo con prepotencia al lenguaje ofensivo. ¿Será que la escasez de elementos de valor y humildad marchita alimenta su ego, que se ve amenazado por el “valiente” y alimentado por los serviles? Sesde mi perspectiva, lo descrito entraría dentro del término “soberbia moral”.

Dice el diccionario de María Moliner que la soberbia “es una cualidad o actitud de la persona que se tiene por superior a las que le rodean, y desprecia y humilla a las que considera inferiores”. El Larouse añade que “es estimación excesiva de sí mismo en menosprecio de los demás”. El soberbio destaca por “no dar su brazo a torcer”, aunque tal actitud le provoque adversidad. El soberbio muestra empecinamiento en resistir y en despreciar. Se enroca cuando el sentido común aconseja el apaciguamiento.

En la actualidad vivimos y somos parte de una sociedad que está enferma de soberbia moral. El creer que se tiene la razón por encima de los demás y que quien piensa y es diferente a nosotros es menos por tal motivo son síntomas inequívocos. Esa situación genera un clima de violencia e intolerancia, por lo que si se quiere tener una sociedad justa es necesario acabar con la soberbia. Ya basta de encumbrados relumbrones que por el rabillo ven al humilde y “talachero”, olvidando que gracias a éste perdura muchas veces su inútil existir.

Cuántos perdonavidas, burócratas de escritorio, se niegan a dar la mano a quien más lo necesita –aun en su lecho de muerte– con argucias administrativas. Atraigo a mi mente ilustre mentor durante mis años de maestría en administración pública, quien insistía que, en la política y en otros menesteres, la moral era tan sólo “un árbol de moras”.

Estimado lector, en este momento pido reflexionemos sobre nuestro actuar cotidiano, invitándote a que hagas caso omiso a quien detectas como “soberbio moral”. Más allá de tu conocimiento y preparación o puesto jerárquico, recuerda que el mundo es redondo y todos somos iguales. La ayuda mutua a favor del prójimo debe ser tu principal objetivo. Don Chinto decía: “Mientras más alto estés, más humide te comportarás”.

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