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El capítulo cuarto del Génesis narra la historia de Caín y Abel, la trágica historia de dos hermanos. Caín fue el primogénito de Adán y Eva y, por tanto, fue el primer ser humano nacido; Abel fue el segundo hijo de Adán y Eva y, siguiendo el relato bíblico, protagonizaría la primera muerte de un ser humano.

Fue la primigenia víctima inocente y su hermano Caín, el primer fratricida. Como castigo por su crimen, Caín no volvió a recibir los frutos de la tierra y fue condenado a vagar sin descanso por el resto de su vida, lo que provocó la reacción desesperada del fratricida que se lamentaba amargamente de lo vulnerable que sería sin un hogar, puesto que cualquiera podría matarlo. Dios le impuso entonces una marca en la frente -el estigma de Caín- para disuadir a los posibles atacantes que se cruzaran por su camino, pero también para señalarlo con un indicador bochornoso, con un símbolo de su gran pecado contra el hombre y contra Dios.

Este pasaje bíblico es aplicable en estos tiempos para cualquier momento que estamos viviviendo, entre pandemias, lluvias, tramitología burocrática, solicitud de servicios o algún empleo salvavidas. Son tiempos de aguas turbulentas y epocas trépidantes, si aplicamos a cabalidad la metáfora, cual figura retórica del pensamiento. Sin temor a equivocarme, hoy más que nunca, los muchos realizan de forma ordenada, dedicada, afanosa, ética y profesional las actividades encomendadas para, de forma efectiva, rendir frutos para el servicio del colectivo, pero, sin necesidad, nunca falta esa enfermiza e inecesaria amenaza directa o velada de jueces y verdugos, que actúan cual cancerberos del averno.

Para abundar amable lector, con certeza os juro que esta postal la encontramos dentro de espacios familiares, laborales y sociales y la sombra de aquellos minúsculos sujetos que por azares del destino tienen algun estigma físico o emocional que los hace actuar de forma irracional se diluye en las márgenes de la insensatez. Claro, no digo que a pesar de estos jurados despreciables no tengamos “abelillos” concupiscentes, que se pasan de listos, que con argucias evaden responsabilidades, engañan cotidianamente y traicionan su conciencia, sin mirar el daño que infligen a sus semejantes durante el servicio público. La esperanza es un nuevo Fénix, y lograr el equilibrio con resultados efectivos y esperanzadores para los moradores del Mayab.

Así bien, querido lector, es importante que en perenne lucha no seamos ni jurados, ni jueces y nos comprometamos a continuar sin cejar, dentro de esta agotadora lucha contra las enfermedades, reduciendo su impacto social, emocional y económico que tanto nos lacera. Seamos empáticos, luchemos juntos y evitemos durante la tarea convertinos en “caíncillos” evasivos, y pongámonos en los zapatos de todos quienes por el momento realizan un trabajo y esfuerzo dignos, cuando del bien común hablamos.

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