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Si los nombres no son apropiados, los discursos no concuerdan, las obras no se producen y la moral, el arte no florecen... y el pueblo no sabe dónde poner los pies.- Confucio, Doctrina fundamental

La doctrina fundamental de Confucio se llama: “La rectificación de los nombres” y en ella se basa todo su sistema para organizar la sociedad y traer paz y prosperidad al mundo. Por eso, Confucio dijo con mayor claridad aún: “Que el príncipe sea príncipe y el ministro sea ministro; que el padre sea padre y el hijo sea hijo; que el labrador sea labrador y el carpintero, carpintero”. Parece una tautología inútil, pero es en realidad una regla universal de buen gobierno. Que cada uno sea lo que es: el padre, buen padre y el hijo un buen hijo. Que se cuide la propiedad de cada nombre. Que cada uno cumpla con su responsabilidad, que se use cada objeto según su nombre, la silla como silla y la mesa como mesa y se dé ese trato y ese principio a toda la sociedad y a toda la Creación.

En ser uno lo que se es está también, siempre, incluido el sexo de manera natural e imposible de cambiar en sus funciones de reproducción, para que naturalmente continúe la humanidad poblando la tierra, lo que trae incluido llegar a ser todo lo que cada quien puede ser. Allí está la fuente del crecimiento y del desarrollo para el individuo y la sociedad. Siguiendo la sabiduría de Confucio, yo digo: si el gobernante no es buen gobernante, le corresponde al buen gobernado, al buen ciudadano, recordárselo y hacer que lo sea.

Que el gato sea gato, que el venado sea venado con toda su fuerza, elegancia y belleza. Me duelen los animales domesticados. Deseo y quiero de corazón que la consciencia ecológica nos llegue muy pronto a los seres humanos para liberar a los oprimidos, nunca más domesticarlos, que vivan libres en su hábitat natural. Lo mismo hacer, respetando la dignidad de los seres humanos, ¡niños y niñas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos! Porque también me duele el ser humano domesticado.

Todas la religiones, cada una a su manera, enseñan la importancia de mantener la ecuanimidad ante el gozo y la adversidad para conservar la paz del alma, sin dejarse llevar por los arrebatos de emociones sin control que tanto perjudican a unos y otros. Es muy importante lograr el equilibrio y mantenerlo procurando la serenidad, la perspectiva, que nos ayudan a tener una visión clara a la hora de accionar cuando hay fuerzas que pretenden condicionar la vida apartándola de nuestros principios y pareceres.

“Oídos sordos” a lo que nos separe de los valores fundamentales para una mejor vida, en amor, paz interior y el “bien común”, siguiendo el mandato divino: “Amaos los unos a los otros…”.

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir

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