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La seguridad en uno mismo es resultado del autoconcepto, que es básico para la autoestima. Para esto es importante la mirada comprensiva, indulgente y tolerante hacia uno y hacia los demás. Es en cierta forma amor de ida y vuelta a uno mismo y al otro; personal y colectivo. Aliviar, disculpar, ser benévolo, ponerse en el lugar del otro y ser compasivo con los fallos y errores personales, ya que todos somos falibles.

Hay dos tipos de consciencia: una ética, que es la conducta moral de nuestros actos, y otra, psicológica, que es darse cuenta de los hechos y acontecimientos. Un signo de madurez es la capacidad para saber perdonarse y hacer lo mismo con los que nos rodean. Quienes tienen una evidente incapacidad para perdonar llegan a ser hiperanalíticos y los efectos son muy fuertes, desagradables, y fuente de sufrimiento, pues se vuelven acusadores y destructores, prácticamente, de aquellos con los que tratan.

La consciencia psicológica puede ser demoledora, destructiva, un tipo de lenguaje interior que ataca y juzga encontrando o presuponiendo lo peor, fijándose en los “fracasos”, exagerando las propias debilidades, recuerdos de minusvalía y de víctima que mata la confianza en uno mismo.

Los psicoterapeutas y psiquiatras sabemos de estos lenguajes internos negativos, venenosos, culposos, que encuentran faltas y desaciertos cometidos y que pasan y repasan “películas” distorsionadas del pasado.

Un malestar profundo va invadiendo la personalidad de manera errática y, lo peor, expansiva, que acaba con la valía personal, provoca “miedos” al fracaso, al rechazo y aversión de los demás, al pensar que no se da la talla en determinadas circunstancias. La psicoterapia intenta adentrarse en estos entresijos de la persona para desenmascarar esa manera de pensar devastadora.

Para elevar la autoestima hay que hacer algo positivo por los demás. Algo tangible, objetivo, que no se quede en palabras y buenas intenciones. ¿Cómo es que es necesaria cierta entrega, cierta donación a los demás que trae consigo la generosidad mezclada con la satisfacción de hacerlo? Porque así se encuentra una buena dosis de paz y alegría.

En la personalidad equilibrada se es más feliz al dar que al recibir y eso nos proporciona cierta armonía interior. Uno se hace fuerte, se destruye la autocrítica formándose la dulzura, la ternura, la empatía, y se alejan los sentimientos negativos.

Encontramos el campo de la ética en el que se alcanza una felicidad razonable al ser útil, realista, con los pies en la tierra… y se va llegando al “amor de donación, amor afectivo y amor de voluntad”. Un trío de actitudes que nunca caducan, siempre están vigentes en el bienestar de la persona humana.

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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